martes, junio 20, 2006

¡No abras los ojos!

Te lo advertí desde el momento en que cruzamos la puerta, pero no me hiciste caso. Mira ahora las consecuencias. ¡Míralas! Ya que te gusta tanto nadar con la mirada. Entre tú y yo sólo hay silencio. No nos comprendemos.
Yo busco el amor como si fuera parte del aire, como si se moviera entre las piedras, entre las ramas de los árboles, dejando señales en las ventanas, en las hojas que caen, los sombreros que se pierden, los paraguas que se doblan, un mar de viento donde flota aquello que siempre he querido hallar, sin darme cuenta de que el amor crece en tu pecho, como una luna que jamás muere, la luna como una hoz que jamás muere, una hoz que corta mi ausencia de lágrimas y secretos, que cosecha mis sueños en flor, fuera de mí, fuera de lo que creo ser, de lo que soy cuando creo.
No nos comprendemos.
Yo busco y tú encuentras, quiero caminar a tu lado pero tú me esperas detrás.
Si decido continuar, si me pierdo en la deriva, aspirando a conocer el azar que me lleve a ti, voy perdiéndote, como se pierde mi imagen en el espejo vacío.
No abras los ojos. No lo hagas. Ciérralos y déjate llevar. No te amo, no eres mía, no hay eternidad entre nosotros, no soy tu sol ni tampoco el guardián de tus primaveras ocultas, aunque estemos juntos siempre habrá una brecha entre nosotros, siempre. No sé por qué esperar algo distinto, si se está tan bien así, con los ojos cerrados, dejando que sea el amor el que ame por nosotros.

lunes, junio 19, 2006

El adiós

Siempre pensé que la despedida sería distinta. Algo así como arrancarse la piel, sí, tan doloroso como arrancarse la piel. ¿Te imaginas?

***

Nuestras manos se separan despacio, despacito, sin hacer ruido. Los dedos se rozan, se deslizan con suavidad en la piel del otro, hasta que de los índices brote, así, de repente, como si chocáramos con él, un espacio vacío que crece despacio, despacito, sin más ruido que el de tus sollozos.
Tus lágrimas, qué tarde llegaron tus lágrimas, tan tarde que no pueden evitarlo, ya no pueden, no pueden evitar que lo único que quede de nuestro último encuentro sea este frío en la yema de los dedos…
Te vas, me das la espalda, tu delicada espalda que el recuerdo convertirá en mármol frío, en piedra ausente de cementerio, lápida donde quedó escrito nuestro adiós.
Yo me bajo aquí, tú sigue girando, dando tumbos en otros cuartos de hotel, donde mi agua de colonia olerá a perfume importado y sudor con la luz encendida, no como yo, en la oscuridad, no, con la luz encendida para que puedas ver el cuerpo que tanto admiraste, el cuerpo del hombre que quisiera odiar, de aquel que vendrá a recogerte cuando tus lágrimas se hayan secado…
Sé que seguiré acariciando tu ausencia como si fuera una puerta cerrada, y entonces, cuando no halle la llave, desearé que llueva para que nadie se dé cuenta de que mis ojos aún viven, para que todos piensen que la tristeza está fuera de mí, y es fría, y los empapa a todos por igual, aunque yo sea el único que esté hundido por el dolor.
Si llueve pensarás en mí, solo, en el parque, mientras que él entra en ti con la luz encendida, no como yo, que te amé siempre en la oscuridad con agua de colonia y metáforas rotas.

***

Siempre pensé que sería distinto, algo así como arrancarse la piel, y no este adiós, despedida telefónica, adiós a distancia, sin sollozos.

“Bájate aquí, yo seguiré girando. El amor se acaba, tiene un final, no como los que te gusta soñar, pero sí definitivo. Adiós”.

No es lo mismo que siempre pensé, pero igual quiero que llueva.

jueves, junio 01, 2006

La entrevista (primera parte)

-Martín...
-Sí, ése soy yo.
-Pase, por favor.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Así que su nombre es...
-Martín, Martín Fieltro.

Fíjese, ahí está, escrito con letras mayúsculas sobre el papel, ¿acaso no lo ve? ¿acaso duda que soy yo? Tal vez debí haber puesto mi foto en el currículo, así podrían reconocerme en las entrevistas de trabajo y ahorrarme este tipo de preguntas inútiles.

-Bueno, cuénteme sobre su hoja de vida.
-Qué puedo decir...

Usted la tiene entre sus manos, por qué no la lee simplemente y me pregunta otra cosa. ¿Qué quiere que le cuente? ¿Por qué no es más concreto? Por la forma en que mira mi camisa, con ese gesto que intenta ser serio pero que oculta una sonrisa irónica, sé que no le causé una buena impresión. A lo mejor, piensa que sólo soy un joven inexperto, un estudiante que quiere darse ciertos lujos, sentirse independiente, comprar la felicidad que usted cree tener. Pero no. No es así. Me aburre tener que vender mi libertad para ganar dinero. No necesito aparentar, ni tampoco me siento cómodo encerrado en una oficina, frotándome las cejas de satisfacción, de orgullo porque yo sí soy una persona que labora, alguien que no engrosa las listas de desempleo. Arde en mí el fuego de la rebelión. No me provoque...

-¿Y bien? ¿Se va a quedar callado?
-Señor, por favor disculpe. No quiero ser grosero, pero por qué no lee mi hoja de vida y me pregunta lo que haga falta.
-¿Le da miedo hablarme sobre ella? ¿Cuál es el problema?
-No, es sólo que esperaba algo diferente de esta entrevista de trabajo.

Esperaba que la realidad fuera distinta, que usted, tan rosado y feliz, tan cómodo en su sillón de cuero, con su corbata de lunares rojos y su camisa de rayas, con sus zapatos lustrados y su reloj de oro, no fuera como todos los hombres que creen tener el "poder"...

-Bueno, si se va a quedar callado, lo mejor es que dejemos esto así. Que tenga un feliz día.
-No, espere, le voy a contar...