jueves, octubre 26, 2006

Lo mejor para los dos

Lina:

Quisiera saber por qué razón estoy tan tranquilo, por qué mis heridas ya no duelen. A lo mejor ahora sí enloquecí, aunque, de hecho, nunca es que hubiera estado demasiado cuerdo. No te preocupes por mí. He decidido ir, ebrio de locura, al encuentro de la vida.

Cuando me dijiste adiós pensé que lloraría hasta morir, sin embargo, el amanecer me encontró asomado en el espejo, dibujando una sonrisa en el cristal empañado.

Tú sabes que así soy yo, siempre quiero nadar contra la corriente.

Por favor no me pidas que deje de amarte. Ésa es una decisión que no puedo tomar. En el amor y en la muerte, la decisión jamás es nuestra. Te lo dije, una y otra vez, el corazón es ingobernable. Puedo aprender a no hacerle caso, pero sé que seguirás estando en él, aunque yo quiera evitarlo.

Mi cielo, a veces creo que hay heridas que no deberían cerrarse, que deberían fluir libremente y no cicatrizar. Morir desangrado no es tan malo, sino uno realmente ha vivido...

Me preocupa ver a tanta gente que va por ahí, siempre cabizbaja, como si huyeran de sus propios fantasmas. La ciudad, en ocasiones, me parece una enorme prisión. Muchos dan su libertad a cambio de inmunidad y yo, la verdad, ya no lo puedo comprender.

Voy a salir a caminar, a caminar sin rumbo como siempre lo he hecho. Cubriré con mi sangre las calles de esta ciudad para que la gente sepa que, al menos, hay alguien vivo en este cementerio.

Cuando llegaste a mí, yo también era uno de ellos. Las flores de mi lápida estaban marchitas y tú las cambiaste, no por flores nuevas, sino por semillas que cuidaste pacientemente, a pesar de la lluvia y la soledad.

Al despertar supe en tus ojos que mi alma volvía a nacer. Me levanté y descubrí en ti el brillo que hay en todas las cosas. Al principio, debo admitirlo, el resplandor me hacía daño y por eso quise alejarme, protegerme antes de quedar ciego. Pero tú y tu fe me trajeron a la otra orilla y me enseñaron a soñar de una forma distinta, de una forma quizás menos lúcida que la mía, pero mucho más sincera.

Hoy, si me preguntan, diré que el amor no tiene límites, que es un adiós que nunca se termina porque está más allá de cualquier despedida, más allá de todo temor.

Aunque digas que ya no eres la misma, aunque te alejes y tus besos se los lleven otros labios; aunque la distancia parezca haber ganado la batalla y la esperanza haya encontrado su límite; aunque la luna ya no te devuelva el recuerdo de mis ojos cansados; debes saber que te amo y que esperaré por ti, siempre, siempre esperaré por ti, incluso cuando el mundo me haya convencido de que no tiene sentido hacerlo…

Seguiré estando junto a ti. Te enviaré las flores que sembraste. Cuando te haga falta fe, ahí estaré. Así es el amor...

Amar es combatir y hoy, más que nunca, estoy dando la batalla.

Lina, ojalá pudiera encender de nuevo el amor que sentías por mí y regresar a aquel tiempo en que podía sanarte el alma... Por ahora, me despido de ti, pero le oraré al tiempo para que nuestros caminos se vuelvan a encontrar.

Siempre ya no es una palabra que me quede grande, por eso, mi amor te quedará de garantía.

Siempre, frente a tu ventana, estaré yo, así como tú estuviste frente a la mía, cuando yo estuve muerto.

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