viernes, diciembre 01, 2006

Te llevo a ver otro sol...

Ése no es el sol. No el que yo conocía y dibujaba en mis cuadernos. Un sol gris hecho de lápiz. El tiempo tiene la rara costumbre de borrarlo todo pero no lo hace bien. Siempre quedan las marcas, los borrones. De qué me sirve. Los amores prohibidos son los únicos que perduran, los únicos que no mueren. Ayer soñé que ya no hacíamos fila para caer en el desbarrancadero. Abrí los ojos pero no pude despertar. Alguien había cambiado el sol. El mío. Pintó el cielo de azul y cubrió con algodón las nubes muertas. Sospecho que de seguir así, en breve, habrá ángeles en lugar de pájaros y sus trinos serán en realidad oraciones. Todo es tan distinto ahora. El infierno tiene colores pastel. Gracias a ti, mi sol.

William Montoya

Ya que has cambiado el sol, te pido que me dejes dibujar en él un pequeño punto negro, tan pequeño como la parte de mí que aún vive en tu ser. Ana, desde que te fuiste estoy empezando a odiar la noche. Por más que lo intento ya no puedo ver nada en ella, sólo oscuridad. Sé que te burlarías de mí si me encontraras frente a la puerta de mi casa, escribiendo mis sueños hasta que llegue el amanecer, como un niño asustado que huye de los monstruos que hay debajo de su cama. Yo también me burlo, de vez en cuando. Me veo tan ridículo. Por qué no podemos simplemente caminar o recoger flores de fieltro para que el sol las convierta en flores reales, tan reales como ese beso que me diste cuando la lluvia nos regaló un color para los dos... Hija del sol, aquí estás, siempre inalcanzable.

Martín Fieltro

Me llamó el olvido. Se cansó de enviarme cartas que nunca respondí. Muchas noches lo vi frente a mi casa haciéndole compañía a los celadores. Es tan delgado, el pobre. Dudo mucho que pueda sonreír o llorar. Tiene la mirada soñadora de los que esperan y su voz es apagada y fría. Lo comprendo. Debe estar cansado. No hay nadie a quien recurran más los amantes malheridos. Sé que debí haber hablado con él antes, pero en mi piel aún estaban frescas las huellas de mi querida señora. Se veía tan bonita cuando me dijo adiós. Sin saberlo, sus lágrimas le devolvieron la juventud que ella creía perdida. Cuando contesté, yo estaba asomado en la ventana. Los pude ver en el teléfono público: "Te llevo a ver otro sol". El silencio se los llevó a los dos, a ella y al olvido.

Juan Pablo Sánchez

Te escribo desde la otra cara de la luna, aquella que siempre está oculta, aquella que nunca ha visto la luz del sol. Ojalá pudiera encontrar una escalera para que estuvieras aquí conmigo. Te diría tantas cosas, callaría tantas. Aquí arriba el cielo ya no es azul. La noche, obviamente, es eterna. Podríamos dedicarnos a contar estrellas y cuando nos cansemos, empezarías a dibujarlas en mi cuerpo. Me gustaría contener el universo entero en mi vientre y derramarlo sobre ti, pero no te tengo ni te tendré nunca; nunca serán nuestras las estrellas ni podré desenredarlas en tu pelo. Como la mujer del faro, veré los barcos que encallan en la playa, uno tras otro, y en ellos, nunca estarás tú porque ya te habrás ido con el sol.

Alejandra Pareja

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Willy, Juan Pablo y Martín...muy bonitoooo....este blog es cada vez mejor....los felicito y sepan q pase lo q pase, todos los dias seguire visitando este blog.

Gracias..... L.Paola