viernes, noviembre 23, 2007

Tan absurdo como este amor

Me gustaría creer que no hay límites...
que vivir y despertar puede ser lo mismo.

A lo mejor me estoy cansando de estar soñando siempre,
de caminar descalzo al amanecer,
saludando a los ángeles que se desvelan en el sofá,
reposando amores cansados.

La mayoría de las veces me miran con compasión porque saben que estoy pensando en ti.

Incluso a ellos mi fe les parece absurda, como absurdas me parecen sus alas y su silencio de bronce.

No creo en las pruebas de fe que me envía el destino.

Sólo creo en tu voz y en el triste sabor que dejaron tus besos sobre mis labios resecos.

El invierno me quema la piel porque me hace falta tu abrazo en la lluvia del mediodía.

Estoy solo, aferrado a la esperanza de que tal vez puedas recordarme por azar, en alguna canción, algún poema, alguna calle oscura y silenciosa donde sólo importen las estrellas, donde se pueda soñar fácilmente y decir te amo antes de que nos queme el corazón...

Aunque sea difícil, me gustaría tener la convicción de que no hay límites entre vos y yo, me gustaría abrazarte en la estación, otra vez, sin escribir adioses en tu rostro, y creer que no puede haber despedidas en un mundo donde los ángeles amanecen despiertos en mi sofá.

miércoles, noviembre 14, 2007

Como lo hacía antes

Si pudiera escribir para vos como lo hacía antes,
sin medir el tiempo ni la calidad de las palabras
sin importar el gesto y mucho menos tu corazón en llamas...

Si pudiera regresar al tiempo en que vos y yo nos conocimos
y regalarte un verso simple, sencillo,
como aquellos que besábamos juntos en el zaguán.

Pero se nos olvidó amar...

Ahora sólo sabemos decir adiós,
a cada instante,
en cada encuentro...

Si pudiera escribir tu rostro en la estación,
sentir tus mejillas bajo mis dedos,
quizás, esta vez me quedaría contigo, amor.

Entre nos...

Tengo una melancolía terrible, tal vez amarga, tal vez dulce y hostigante, una melancolía cansada...

No te imaginas cuánto quisiera renunciar, dejar de ser yo por esta noche, ojalá por toda esta semana.

Ahí te quedas William, sentado en la acera, cansado de vos, cansado de extrañar amores ausentes, lejanos, amores ajenos, amores que nunca fueron tuyos y que insistes en retener con los puños cerrados.

Punto final. Adiós. Todo cerrado.

Necesito un amor tan grande que pueda usar como una llave, un amor para dejarte atrás y seguir con vida al otro lado, de vos, de la línea, del espejo, de la ciudad, de tus lágrimas de plañidera y mis tristezas de cautiverio.

Quiero ser libre, pero es tan difícil como demostrarte que los ángeles no tienen alas, tan difícil como es ahora creer en tus besos, en tu mirada triste, en el hasta pronto que aun hoy nos sigue separando.

jueves, noviembre 01, 2007

Debajo de mi cama

Papá, tengo miedo. Anita me dijo que hay alguien viviendo debajo de mi cama. Cuando apago la luz, él sale y se asoma en el balcón. Anoche lo escuché conversar con alguien más. No pude entender lo que decían. Vi  la sombra de su dedo índice señalando el borde de la cama y después la puerta se estremeció. Alguien estaba intentando abrirla por la fuerza. Me asusté mucho papá. Me escondí debajo de las cobijas y pude sentir cómo los dos me buscaban con la punta de sus dedos. Entonces, se hizo un enorme agujero en el colchón y me escondí en él hasta el amanecer. Según Anita, a esa hora ellos se convierten en algo parecido a las sombras. La verdad, no sé qué quiso decir con eso, pero es cierto. Me asomé debajo de la cama y allí estaban los dos, aplastados en la alfombra, estirados y difusos, como las hojuelas que mi mamá nos hace en diciembre. Para que no se vieran tan tristes, cogí unos lápices de colores y les dibujé una sonrisa y un corazón. A mi profesora siempre le ha gustado cuando hago eso en mis cuadernos. Sin embargo, papá, aún tengo miedo. ¿Puedo dormir con ustedes? Sólo por esta noche. Prometo no hacer ruido. Prometo no soñar...

miércoles, octubre 24, 2007

A tu amor le falta sangre...

A tu amor le falta sangre,
le falta sexo...

No sexo barato, del que se vende en las esquinas.

A tu amor le falta fuego,
le falta muerte,
le falta la fe de los que pierden su libertad,
las alas de los que han muerto por ser libres...

Tú, tienes los labios marchitos, 
no sólo los que hay en tu rostro...

Le falta vida a tu amor de madre,
a tu amor de niña.

A tu amor le falto yo...

Pero eso, mi sol, ya no es problema tuyo.

lunes, octubre 22, 2007

Sueño de mi sueño...

Mi hijo me está soñando, sueña que le estoy escribiendo su primera carta, que lo sueño para distraerme de la lluvia y de la nostalgia que me produce su madre.

En su sueño, un hombre va en bicicleta a través de calles polvorientas, ajeno a la soledad del llano infinito que hay a las afueras del pueblo.

Las monjas del internado sienten llegar su cacharro de lata y corren a avisarle a la novia, para que no la encuentre con los últimos rezagos de la siesta aún sobre su rostro.

Como todos los viernes, el sol de los llanos se derrama sobre ellos. La profesora y el mensajero se escampan del atardecer en la caseta que hay a la orilla del río. Ambos se sientan a hablar de las sonrisas que dejaron al otro lado, donde hay montañas y edificios, calles de cemento y soledades diarias de ocho horas.

Así nace su primer beso. Suave y con ternura. Inocente. Cortante, como el viento que acaricia el lecho del río. Un beso eterno, un beso de amor puro, del primer y único amor.

Tal vez fue en uno de sus encuentros que mi papá me soñó por primera vez, me soñó soñándolo, igual que ahora su nieto me sueña a mí, en un atardecer sin tiempo, sin edades, en el que estaremos juntos los tres, recordando el amor que sembró con mamá en la llanura inmensa...

Mientras llega ese día, sigo soñando que mi hijo me sueña, porque soñándolo, comprendo la sonrisa de papá a la salida del colegio, su sonrisa cuando lustro mis zapatos, su sonrisa cuando llego a casa después de un arduo día de trabajo.

miércoles, octubre 17, 2007

Me quedo en silencio

Siento envidia de ese hombre que está bajando por la calle, con las manos en los bolsillos y un cigarrillo apagado entre los labios.

Algunos me han contado que duerme debajo de los puentes o que lo han visto merodeando a la salida de la escuela.

Yo, personalmente, sólo lo he visto en cuatro ocasiones, dos en el cementerio extrañando a muertos ajenos, una a la salida del bar que queda en la esquina de tu casa, y hoy, frente a mi ventana, tambaleándose de una borrachera que no necesita licor.

Es triste pensar que él es el tipo de hombre al que sus propios hijos negarían si lo vieran venir hacia ellos; a mí en lugar de causarme esa sensación, como ya te dije, me produce envidia.

Me encantaría poder conversar con él, escampándome bajo el puente, sin que me importe nada más, ni mis sueños, ni mi familia, ni mis amigos, ni mucho menos tú...

Hoy se me antoja la vida simple, sin aspiraciones, sólo procurando dar calor a las noches en la intemperie, sobreviviendo, por sobrevivir, porque no se puede hacer más que despertarse todos los días bajo el mismo cielo, un cielo que cada día se hace más gris, un cielo que se hace calle de cemento...

Pero mejor me quedo en silencio... tus ojos ya me miran como si yo fuera ese hombre y tú fueras mi niña, mi querida niña, la única que podía regresarle el azul al frío asfalto.

Esta noche quiero ser un clochard, si quieres, tú puedes ser el vino...

lunes, octubre 15, 2007

Quiero que me odies dulcemente

Hoy me desperté cansado del amor, cansado de buscarte en cada puerto y de escuchar tu voz todos los días, siempre a la misma hora, como si ambos necesitáramos de esa llamada rutinaria para saber que existimos, que todavía estamos vivos.

A lo mejor tienes razón, aún es demasiado pronto para sentirme cansado. Llevamos apenas unos quince o veinte días regalándonos la luna, jugando a desencontrarnos en cada cita y dibujando poemas de amor sobre nuestros labios.

Si no te he dejado es porque me gusta mirarme en tus ojos, porque me gusta estar por fuera de mí cada vez que viajamos juntos en el Metro, y porque me encanta cuando ocultas tus cartas en mi maleta y en mis bolsillos, para que después pueda leerlas a la hora en que mis noches se hacen mucho más propicias para los milagros.

Pero hoy estoy cansado del amor, estoy cansado y me aferro al perfume que dejaste sobre mi almohada, como un naúfrago que se ha perdido en el espacio vacío que ha dejado tu ausencia y que recién descubre que no soporta la idea de no tenerte para siempre, de no tenerte cada vez que quiera que estés lejos...

Necesito amarte y extrañarte todo el tiempo, por eso, te ruego que esta semana me odies dulcemente, para que la próxima pueda amarte sin temor de los finales que suelo inventar para las historias de los demás, historias que ojalá nunca sean parecidas a la nuestra.

martes, octubre 09, 2007

Para embriagarse

Quisiera darte toda la esperanza...
Al amor entregarme entero...

Sembrar bajo tu lecho alguna historia de puertas abiertas...
Dormir y jamás despertar de ti.

Quisiera probar el sabor del amanecer entre tus piernas...
Sumergirme de nuevo en la esperanza del teléfono...

Sin voz, sin aliento.

Se hacen canciones por encargo...

Sobre poemas
y versos afilados para la conquista y la derrota.

Vendo sexo por compasión,
a tres mil pesos con cerveza incluida.

Realmente no estoy tan lejos.

Estoy tan cerca que me hieres,
tan cerca que quisiera
robarte el sudor...

jueves, octubre 04, 2007

Quererte...

Hoy no es de noche. No hay silencio, ni tampoco lunas de plata. Las puertas de mi habitación están abiertas y he salido a caminar, tranquilo, solo, sin pensarte.

Yo también quiero que las cosas sean distintas y, por eso, te dejo una canción, que no es para ti, ni para ella, ni para ninguna de mis otras hojas...

Es una canción para curarme el alma...

Dos voces que también pueden ser la mía, diciéndote:

Te quiero...

domingo, septiembre 30, 2007

Zamba del olvido

Ana, no es mi costumbre dedicarte canciones, pero cuando escuché ésta, simplemente, no pude dejarla pasar...

Esta canción de Jorge Drexler, "Zamba del Olvido", es para vos, para todas las mujeres que tuvieron y tendrán tu rostro...


lunes, septiembre 24, 2007

Una lluvia ligera...

Nunca he visto morir a nadie de amor,
sólo lloviznas leves
y algunos cristales empañados.

jueves, septiembre 20, 2007

Sin voz y francamente

Hoy te extraño en el cuarto de invitados, sobre una alfombra que inventé para hacer menos difuso tu recuerdo. Si lo quisiera, en este mismo instante, también podría recrear tus ojos. Llenarlos de tristeza como si los llenara de lluvia, o depositar un pequeño sol en tus pupilas.

No hace falta, lo sé. El amor te hace brillar, cualquier amor, incluso si no es mío...

Estoy bien Ana, de verdad. Abriré la puerta y dejaré que el circo desfile en nuestra habitación.

Para ti imaginaré un desfile como jamás se ha visto en esta ciudad.

Además de los payasos, los magos y los acróbatas, de los elefantes y los leones, también habrá en nuestro desfile ancianos recién nacidos, gitanos auténticos con pequeñas ciudades atrapadas en botellas de cristal, poetas errantes, los últimos que quedan, con los versos de amor más recientes, versos fugaces que van escribiendo a cada paso…

Lo siento Ana. Ocurre que esta noche se me mezclan las nostalgias.

Nunca fui al circo contigo. Jamás estuvimos juntos en el cuarto de invitados. Ni siquiera sé si me amaste. No lo sé... Si lo hubieras hecho, no te habrías cansado de mis historias. Estaríamos juntos viendo el circo pasar, como un sueño que de repente se nos estuviera mezclando con la vida.

Puedo soñarte, soñar que juego al cíclope contigo, que en tus ojos hay lluvia y en tus pupilas un sol, que ha vuelto el circo a la ciudad, que mi niñez aún no se apaga; puedo inventarte, extrañarte, escribirte mensajes sin sentido; puedo escuchar tu voz en todas las canciones, caminar contigo, embriagarme con tu mano aún apoyada en mi mejilla…

Se me da bien amarte Ana… pero ocurre que no estás y que voy llenando mi vida de fantasmas, que voy colgando mis sueños en las paredes, que me voy yendo...

martes, septiembre 18, 2007

Hay tanto vacío en mi tristeza

Aprendí a estar triste sin motivo, sólo por estar.

Me siento a llorar en los balcones cuando llega el mediodía.

Pero, no es por vos.

No es por nadie.

Para ser sincero, te extraño sin amarte.

Se me olvida tu rostro y se me olvidan tus voces.

Te invento en mi tristeza, por costumbre.

Porque la noche también se nos va quedando dormida.

lunes, septiembre 17, 2007

Lo que dura una estrella

Esta noche mi amor dura lo que dura una estrella, por eso quiero que lo pintes de azul, que le des la vuelta y después un beso, antes de que se vaya a dormir.

Hay mucha gente que dice que no, que el amor no se muere. Son los mismos que creen que los ángeles tienen alas y que la luna le pertenece a los novios.

Yo no soy así.

Yo creo en los perros mudos y en que los muertos se levantan a medianoche a jugar póquer.

Yo creo que todos los niños conocen a Dios hasta los dos años, y que después simplemente lo olvidan cuando comienzan a hablar.

Creo en las estrellas fugaces porque siempre dicen la verdad y, por eso, también creo en el beso que me diste esta noche, antes de que mi amor se fuera a dormir.

Un susurro...

A mí también me gustaría saber a qué estoy jugando, si esta lluvia me llevará a alguna parte distinta de tu lecho o si las paredes finalmente me atraparán y veré mis huesos mezclados con cal.

El viento se ha cansado de hablarme al oído. Ya no me cuenta las historias de los campesinos que conocimos juntos en el pueblo.

El viento se ha ido detrás de tus huellas, se ha ido con ellos, una larga fila de hombres y mujeres con la hoz al hombro y el sombrero terciado.

Todos van detrás de ti, descendiendo el valle, incluso el sol y la luna. La noche se duerme en tu vientre y el amanecer despierta en tu pecho.

He vuelto a soñar que estoy en la estación del tren, de uno de esos trenes de los que hablan en esos libros que ya nadie lee.

Tú también estabas ahí, con mi familia, con mis amigos. Por la ventanilla del tren veo pasar todos los recuerdos en los que estuvieron presentes. Me voy quedando dormido. Las luces se apagan...

Me estremece tu aliento tibio, tu aliento que entra por la ventana abierta del tren justo cuando se detiene frente a tu casa y sales a saludarme.

Dices adiós, como dices hola...

Se muere mi amor en tus labios ocultos, y tú, me estás hablando todavía al oído.

martes, agosto 21, 2007

Al otro lado de la línea

Me gustaría ser capaz de reconocer tu voz en el télefono, pero es tan difícil, ¿sabes? Siempre suena tan distinta. A veces fría, a veces tierna, a veces simplemente ausente, como si me estuvieras respirando en la nuca, en la sien. ¿Será que hay amores que no se cuentan en palabras y por eso tu voz me suena siempre distinta, como si fueras todas las mujeres que he amado y a la vez ninguna? Lo sé. Estoy divagando otra vez, mareando la perdiz como diría tu padre. Sí, me gustan las cosas que dices, pero para ser sincero, nada de eso me importa, sólo el silencio que compartimos cuando puedo llegar a sitios tuyos donde mi voz no puede entrar. Tal vez es que me siento menos solo cuando estoy contigo, así sea por teléfono, aunque sea así. Por eso, no te enojes si te parezco cínico, si peco de evidente o de ser extremadamente frío. Es que tu voz me llega del otro lado de la ventana, y me hace bien, me hace bien oírte y no saber quién eres, no saber quién es la voz detrás de la cortina, de quién es la piel que me espera cruzando la calle. No cuelgues, por favor. Aunque no lo parezca, mi problema es estar siempre pensando en ti, incluso cuando te tengo al otro lado de la línea.

jueves, agosto 09, 2007

Agua

Tal vez algún día llueva dentro de mi habitación y me despierte el sonido de la mesita de noche que se ha quedado atorada en la ventana.

No estoy muy seguro de que sienta miedo si eso llegase a ocurrir. Aparte de la sorpresa de encontrarlo todo inundado, la vida seguiría siendo muy normal; simplemente distinta.

Me acostumbraré a ver el valle cubierto de agua e iré remando a trabajar todos los días.

Francamente, no me importa si no sobreviven las orquídeas.

Pero no te preocupes, aun así, te llamaré todas las noches para que veamos juntos la luna sobre las olas.

Te quedarás conmigo hasta el amanecer y nos despertaremos abrazados en mi habitación, con la piel mojada de tanto amar y la mesita aún atorada en la ventana.

Hace frío, afuera sigue lloviendo, y nuestras ideas, que ahora confundimos con pasiones, todavía no se secan.

miércoles, agosto 08, 2007

Esa otra forma de retener...

Bebes el tiempo que se me escurre de los dedos. Mi fe te embriaga y hace hervir tu vientre. No te gusta la noche. No te gusta lo que escribo. Dentro de ti soy aún una orquídea en invierno. Te lo digo así para que no me entiendas, para que no sientas dolor. No se puede hacer el amor con las luces encendidas, por eso, amor, amorcito, corazón, luz de mi vida... hoy no estoy seguro de amarte. Tus besos hieden a flor de cementerio y me siento cansado de tu sexo.

Una canción. Las sombras de los amantes caminan por aceras distintas. Se alejan y no llueve. Crece el espacio vacío entre ellos y aún así, sigue brillando el sol.

Sin el adiós de los amantes es más dolorosa la certeza de su despedida, porque ni siquiera los sueños pueden resistirse a la maldición de un adiós jamás pronunciado.

Por eso, precisamente, te escribo un adiós distinto todos los días.

Un adiós para que nunca te vayas, para traerte de mi lado, para olvidarte y poder dormir sólo una noche, para amarte incluso en la duda del amor, para curar el silencio, para sanar tu hedor a cementerio...

lunes, agosto 06, 2007

Sólo quiero saber de ti...

Son tristes tus buenas intenciones, porque aunque salga el sol y la noche se marchite en las ventanas, ya no estás.

Estoy comenzando a creer que aún no hemos crecido lo suficiente, que seguimos confundiendo el dolor con la nostalgia y que, por eso, sólo por eso, estamos lejos, vos y yo.

No se habla de distancia en frente del amor, quizás sólo de ausencia, como si todavía fuera posible albergar esperanza alguna.

Saliste de mi vida como una luna que se hunde en el agua, una luz que se desprende de mí para pegarse de la solapa de otro, una vez, dos veces, hasta quemarme entero en las únicas horas ciertas, en la vigilia y en la espera.

El viento se hace eterno entre mis dedos, hasta que de mi voz brota un silencio amargo que tal vez escuches, diciéndote, con leve esfuerzo: "hoy, sólo quiero saber de ti".

jueves, agosto 02, 2007

Sin mar ni profundo silencio

Dejé que las cenizas de todos tus recuerdos se enfriaran sobre mi piel para sentir el momento exacto en que se desvanecieron, en que dejaron de ser pasado, como todo lo que tuve y nunca más tendré.

Es un vano intento de conjurar la nostalgia. Lo sé. Otra vez me he portado como un niño, y la verdad, ya no me importa.

Hay todo un universo de pequeñas cosas, las tuyas, las que más adoré, las que causaron mi fiebre, por fin, se fueron contigo.

Se muere la noche y tu rostro en el fondo del río.

Y allí donde floreció tu amor, sólo hay una planicie sin luna, sin viento, sin mar ni profundo silencio.

Tu ausencia me quema con más intensidad ahora que te digo adiós, de verdad, y por última vez.

Mi ritual de olvido ha terminado.

Ahora puedo empezar a caminar, aunque estén rotos los bolsillos y vacío el corazón.

sábado, junio 30, 2007

La última noche

Dime que no sientes miedo, por favor, que hoy vas a estar tranquila, que no vas a pensar, que vas a cerrar los ojos y no vas a ver más allá de nosotros dos, tú y yo, nada más, no hay por qué tener miedo, no podemos estar juntos, lo sé, tú no estás segura de lo que sientes y yo estoy seguro de que no siento nada, sin embargo, créeme, no hay nada de qué preocuparse, ya se encienden las primeras luces de esta noche en todas partes, lejos, muy lejos de nosotros dos, si me preguntas por qué la luna es hermosa no tendré más remedio que decirte la verdad, mi verdad, la luna es hermosa porque está lejos, porque jamás podremos alcanzarla, porque jamás nadie será su dueño, así como te quiero yo, lejos de mí y de todos, especialmente, lejos de mí, pero no hoy, hoy no, esta noche jugamos a ser dos novios "normales", me sienta bien llevarte del brazo a esta hora, por esta calle por la que siempre anduve solo, te quiero, pero no puedo decírtelo, porque si de algo tengo miedo es de amarrar palabras sin sentido, palabras que quizá, algún día, le diré a otra persona con el mismo tono, en las mismas circunstancias, como si no te hubiera amado a ti, como si siempre hubiera amado a una sola mujer, que siempre es la misma pero que cambia de cuerpo, de nombre, de voz, y que no me pertenece tampoco, y la verdad, te confieso, soy yo el que tiene miedo, y no debería porque en realidad creo no sentir nada, pero siento miedo, simplemente, de que se acabe esta calle y tú te vayas en la siguiente esquina, dejándome sólo un beso y la certeza del adiós...

viernes, junio 15, 2007

De madrugada

Hay algo más que debo decirte, pero no logro recordarlo. Quizá no es tan importante. Simplemente me desperté a las tres de la mañana, me tomé un vaso de agua y, de repente, me entró la nostalgia de tu cuerpo. ¿Qué más podía pasar? Las madrugadas suelen ser tan frías.

Yo, la verdad, sólo quisiera que recordaras las flores que escondíamos juntos en los frascos de café.

Ésa fue la mejor época de mi vida.

Al salir de la escuela, tú siempre estabas esperándome en el puente. Te veías tan bonita con tus zapatos negros y tu boina roja.

A los dos nos gustaba caminar cogidos de la mano por la orilla del río. Afortunadamente, yo no era tan tímido como soy ahora.

A veces me pregunto qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos aprendido a escribir juntos.

Recuerdo que solíamos soñar en voz alta, que a ti te gustaba el mar y a mí las nubes.

En aquel entonces no podíamos tener las dos cosas a la vez, porque tú estabas en tu sueño y yo en el mío. A pesar de ser niños, sabíamos muy bien lo que era la distancia.

Yo lo comprendí cuando tu mamá me sorprendió dormido con la cabeza apoyada entre tus piernas.

Tal vez fue eso lo que nos hizo adultos. Esa extraña sensación de estar siempre lejos, a pesar de todo.

Lo sé. Sé que no es el momento de hablar de eso.

Esa noche, después del concierto, tú querías que yo me quedara.

Era la primera vez que salíamos juntos, como algo más que amigos. Tus padres me contaron después que nunca habías estado tan contenta.

A pesar de haber compartido casi toda nuestra infancia, ésa fue la primera noche en la que realmente pudimos haber compartido algo más que un sueño.

¿Será esa la nostalgia que me hizo venir a esta hora?

Mira, aquí tengo un frasco de café vacío.

Lo dejaré sobre la mesa y me iré a dormir otra vez. Ya casi sale el sol, y bueno, tú sabes, no se puede soñar con la luz encendida.

martes, junio 05, 2007

Tu ángel...

Cuánto daño puede hacer un hombre...

Incluso cuando está ausente. Incluso así.

La memoria del cuerpo nunca olvida.

El dolor se pasea impune sobre la piel.

Sobre su piel.

Ella que sólo merece atardeceres, tan profundos e infinitos como el de ese llano que ambos quisiéramos conocer, vive aún la agonía de un secreto.

Está muriendo por dentro, sola, sin que su madre venga a consolarla y a cantarle aquella canción de cuna que quizá escuchamos juntos alguna vez.

Duérmete mi niña, un ángel guardián te vigila.

Pero la niña no puede dormir, no mientras recuerde la lluvia y el olor a ají de aquel convento.

Mordisqueando el pulgar de su mano derecha, la niña se pregunta si aquella pequeña vida que acaba de encenderse, justo cuando todas las demás luces estaban muertas, también estará condenada, condenada a estar despierta.

Ya casi son la siete. La lluvia no cesa y él, otra vez, está ebrio.

Cuando escucha su voz, la niña se esconde bajo la almohada.

Si todo fuera como en los sueños, él se hubiera ido sin haberla visto, se hubiera extraviado por caminos de crayón verde o quizá se hubiera ahogado en un río de papel celofán.

Tantas cosas pudieron haber pasado y, sin embargo, ella sólo recuerda la casa vacía, una lámpara rota y una sombra que se fue volviendo rígida...

No hay ángeles guardianes.

Cada vez que el niño recién nacido lloraba, ella también lo hacía, escondida bajo la almohada, mientras la sombra, aquella sombra que la ha condenado a estar despierta, crecía, una y otra vez, sin importar que ella apenas fuera una niña.

Nadie puede saberlo, nadie puede escucharlo.

Esa herida es sólo para ella, y yo, ya sin llorar, sin robarle su canción de cuna, no puedo hacer nada, sólo estar despierto junto a ella.

Si la vida fuera como los sueños, quizás ese día no hubiera llovido, y entonces, un ángel guardián no habría tenido miedo de mojar sus alas…

lunes, mayo 14, 2007

Últimamente

No esperes de mí una carta, un poema o un cuento. Eso era antes, cuando la inspiración me cortaba el aire y tenía que escribir para poder respirar... Era tan grave mi situación que si no lo hacía, corría el riesgo de morir. Morir por exceso de ilusión, por sobreabundancia de orquídeas. Había tanta locura contenida en mi interior. Mares que sólo yo podía ver desde mi ventana. Todos los días, el aire salobre en las cortinas. La luna ahogándose en las olas y las huellas de tus pies descalzos en el pavimento…
Antes era como si todas las calles estuvieran hechas de arena, de la arena con que los magos llenaban los relojes. No eran magos, no era arena, pero sí eras vos, como siempre quise verte, vestida de niña en tu cuerpo de tristezas adultas. Si había mar era por ti, todo, todo, era por ti. Una ciudad que llamé Irene, los perros mudos, la luz en la ventana, Anita, los hombres de las botas negras, Tomoa, Juan, Martín, Alejandra, William, todo fue por vos, por exceso de vos, por adicción de vos, porque pensé que para amarte debía cambiar las luces de todas las farolas, apagarlas y cambiarlas por velas para que también se nos fueran apagando los ojos y pudiéramos amarnos a oscuras…
Pero hoy no quiero amarte, hoy sólo quiero que juguemos juntos en el parque. Yo seré Diego y tú serás Diana. Cuando llegues, tienes que hacer de cuenta que no me has visto. Yo me acercaré a ti y te entregaré una flor. Entonces empezará a llover, y yo te daré mi chaqueta para que te abrigues, y vos, vos me regalarás esa mirada tierna que tanto me gusta y nos iremos caminando por la orilla del río mientras cae el sol. Te prometo que esta vez no me despertaré sin antes haberte besado. No lo haré. No mientras estés en todo lo que escriba. Aunque no te ame, aunque no te extrañe, aunque se me olvide tu nombre y le ponga tu rostro a otra mujer, siempre, vos serás la niña en el parque, mi niña, tan mía como la arena y la luna.

jueves, mayo 03, 2007

Tu inocencia...

Lo sientes, sé que lo sientes, otra vez, el mismo dolor, la misma sensación de muerte, esa agonía que sube de entre tus piernas y nos estalla en los labios.

Tus ojos están llenos de mí, tan llenos de mí que podrían rebosarse e inundarnos a los dos, a los dos en esa imagen de aquellos cuerpos que están por fuera de nosotros ahora que estamos juntos dentro de ti, vos y yo, sumergidos en tu fragancia oscura.

Siéntela, aún caliente en mis labios, en mi piel. Siéntela. Siéntela ahora que soy tuyo, ahora que también soy parte de vos.

Tu inocencia sabe a maíz, a maíz y a jugo de naranja, tan dulce, tan agria…

Sé que te gusta su sabor, te gusta el sabor de tu inocencia en mi saliva.

Por eso me besas ahora más que antes, sedienta de la secreta pasión que la luna te roba una vez al mes y que ahora yo robo para ti, para que puedas sentirla y sentirte en mis besos.

Crece tu cuerpo de niña debajo de mí… y pienso en tu madre, tu madre a quien siempre le sobran tristezas, tu madre que piensa que soy tímido y que como periodista valgo poco.

Siento lástima por ella, por mí, por vos, ahora que todo está en silencio…

Otra vez nos quedamos los dos sin ti, nos duele tu inocencia que se va secando con la luz del sol.

jueves, marzo 22, 2007

Botas negras

Antes de que acabara el alba ya todos estaban reunidos frente a la iglesia. Algunos traían grandes bolsas negras en lugar de maletas, otros, menos afortunados, sólo tenían lo que llevaban puesto.

Me sorprendió mucho su silencio. Ninguno de ellos quiso hablar con nosotros, ni siquiera para pedirnos explicación sobre el traslado y la colaboración que iban a recibir de parte del Gobierno. Al verlos así, tan mansos y resignados, daba la impresión de que muchos habían perdido algo más que su hogar.

Sólo los niños se atrevieron a compartir su historia, el problema era que a menudo la mezclaban con las cosas que habían estado soñando en el momento en que llegaron a despertarlos.

Así fue que nos enteramos de la existencia de hombres que sangraban arroz, de gallinas que iban de puerta en puerta avisando del incendio y de seres casi humanos que no tenían rostro ni voz y que usaban todos la misma clase de botas negras.

"Tenían botas negras, los que hicieron esto, ellos, todos, tenían botas negras..."

Lo que más recuerdo es que mientras una niña de seis años me contaba que en la escuela ya les habían advertido sobre esas criaturas, lo peligrosas y destructivas que eran, yo no dejaba de mirar a la gallina que tenía entre sus manos.

“Es el único regalo que me han dado, me la dio mi madrina y me la quiero llevar, por favor”.

En ese momento no pude decirle a la niña que mi silencio no era porque no pudiera llevar su regalo en el avión, sino porque sentía que era mi obligación advertirle, decirle que en el lugar al que la íbamos a llevar, posiblemente, habría cosas peores que las que había visto aquella noche.

No se lo dije, nunca quise hacerlo y tampoco hizo falta.

Durante el viaje ella me hizo saber que ya lo sospechaba, cuando me preguntó si era cierto eso de que en la ciudad las estrellas no se pueden ver como en el campo.

sábado, marzo 03, 2007

Cosas de adultos

Lo recuerdo. Anita fue la única capaz de mirarla a los ojos. Se acercó a su abuelita, le besó la frente y nos pidió permiso para ir a jugar. Estaba tan feliz que dolía mirarla, mirarla a ella y después ver a mamá así, tan ausente de nosotros, de mí, de papá. Todos tuvimos envidia de Anita aquella tarde; a todos nos hubiera gustado ser como ella e ignorar por un rato las paredes acolchadas y los avisos médicos que inundaban los pasillos.

Cuando Anita se fue, Diana, Miguel y yo sacamos a mamá de su habitación y la llevamos a tomar el sol. Estaba haciendo un bonito día. Las nubes, el cielo, los árboles… sus colores eran tan intensos, tan vivos como los colores que habíamos conocido en la casita del pueblo. En lo personal, hubiera preferido un día más gris, más frío, no uno tan bonito y triste.

Para evitar que nos doliera el recuerdo de mamá esperándonos en el zaguán de la casa después de la escuela, de mamá rezando de rodillas por la salud de Juan, de mamá en la cocina cosiéndonos la ropa junto al fogón, de mamá, mamá siempre en el centro de nuestras vidas, siempre tan fuerte, mi mamá… Nos pusimos a hablar con ella de cualquier cosa, le contamos sobre las fiestas del pueblo, sobre su primo el alcalde; le hablé de las buenas notas de Anita y de lo mucho que se parecían las dos; y Miguel le habló de la tía Margarita y de los desplantes del tío Alfonso... Hablamos de todo aquella tarde, pero hablamos solos, por primera vez, solos, sin ella.

A Anita eso no le importaba, de hecho, que su abuelita no le hubiera hablado no le parecía extraño. Como me dijo después, ese día pensó que a lo mejor mamá seguía enojada con ella por las sábanas que había manchado la última vez que fuimos a visitarla a Rionegro. Por eso, mientras nosotros huíamos del silencio hablando sin parar, Anita cantó y bailó, conversó con algunos de los ancianos que encontró junto a la fuente y hasta se puso a jugar con ellos. Nadie le había enseñado cómo era la tristeza y la verdad, nadie fue capaz de reprocharle su conducta. Cuando vio llorar a Miguel y a papá sólo me dijo: "es por cosas de adultos, ¿cierto?".

Nunca le quise contar a Anita qué le había pasado a mamá ni por qué la habíamos internado en aquel lugar. Ella sacó sus propias conclusiones. Le decía a la gente que a la abuelita se le habían opacado los ojos y que por eso la habíamos llevado a esa casa en el campo, para que se llenaran de luz otra vez. Al menos ella ese día sí se había sentido muy contenta, jugando con adultos que parecían niños.

martes, febrero 20, 2007

No es lo mismo...

Saber que ya no estás, que no me escribes, que no me hablas, que no me lees,
saber que todos los días sólo encuentro tu ausencia cuando busco tu alma...

Y qué es un alma,
qué es tu alma.

Quizás sólo tu recuerdo,
la voz que grabó la máquina contestadora,
la silla que rompimos.

No lo sé.

Soy yo frente a los espejos,
todos mudos,
todos sordos.

Soy yo tratando de entender que mi vida, aunque entera, está a medias,
mi felicidad es media, mi tristeza también,
todo en mí está a la mitad,
aun cuando siga siendo yo y sólo yo,
sólo yo sin ti,
sólo yo sin poder contarte cuán alegre o triste estoy,
si hoy salió el sol en mi ventana
o si dejé la puerta abierta para sentir el viento,
para sentirme vivo ahora que el destino me sonríe
pero a mí sólo me basta tu sonrisa.

No es lo mismo...

Por eso necesito saber que estás ahí,
que no hay un espacio vacío,
un pedacito de limbo
en el lugar de donde has bebido mi esencia.

sábado, febrero 17, 2007

Sentado en el umbral de tu puerta

Hace algunos días dejé de escuchar mi voz. Ya no la percibo, no como si fuera mía. Tal vez la dejé hundir en el océano de viento en el que vivimos vos y yo. Ahora estará perdida por ahí, hablando silencios tiernos que siempre quise para los dos. Es por eso que ya no he vuelto a decirte nada, por eso y porque me daba miedo perderte después de lo que pasó.

Diana, la vida se equivocó por nosotros. No es culpa nuestra. En el amor no hay errores y mucho menos culpables. Esa noche mientras los demás festejaban, incluyendo a tu madre, a la mía, yo bebí de vos, de tu vientre, nos bebimos los dos hasta perder el aliento, hasta olvidar que soy tu primo y que cualquier cosa entre nosotros siempre estará prohibida...

Lo sé, no hace falta que lo diga, tu piel no te ha dejado olvidar que estábamos felices, que apoyaste tus senos sobre mi pecho y que yo, sin aliento, dejé que mi corazón hablara con el tuyo mientras mi imagen se perdía en la oscuridad de tus pupilas, de tus pupilas que me miraban como si no existiera nada más en el mundo, sólo los dos, en tu habitación.

Cuando despertamos, todavía con tiempo de hacer un brindis con la familia, quise verte como una extraña, no como mi prima sino como una desconocida cuyo sexo sabe a lluvia. Te dejé sola y me llevé mi voz para ver si sentía alguna clase de arrepentimiento, me oculté de ti durante estos dos meses y ahora estoy aquí para hablar de esa noche e intentar otra aprovechando que tu mamá no está, que mi voz se ha hundido en el viento y que yo quiero hundirme en ti para que no me encuentren sus silencios tiernos.

Sí, sé que soy egoísta y que ya no hay forma de pedir perdón, que tuve miedo de ti y de lo que dirían todos en la familia cuando se enteraran, que tuve miedo de hacerte más daño con este amor imposible, miedo de no sentirme mal por hacer lo que hice, por haber perdido la cordura y olvidar tu nombre y el mío, miedo de saber que en mi vida habrá otras mujeres y en la tuya otros hombres, pero yo, siempre regresaré aquí y sentado frente al umbral de tu puerta, escribiré cartas como ésta para estar en ti y olvidar que hay un mundo afuera de tu vientre.

Para Alejandro y Diana

miércoles, febrero 14, 2007

Me gustaría decirte tantas cosas esta noche,
sólo esta noche...

Confesar, por ejemplo, que sigo pensando en ti todos los días.
Decirte que aún escucho tus canciones
y que hay amor en mi nostalgia.

Ay, si supieras mi niña, si supieras...

Ayer soñé que se cruzaban las calles de nuestras ciudades,
que había otro azul en tu cielo
y que mi luz ya había muerto del todo en tu ventana.

Te soñé feliz sin mí,
y sonreí, sonreí con resignación,
sonreí para no llorar,
para que no doliera tanto este amor sin esperanza.

Mi cabeza se arrepiente en el silencio en el que falta tu voz.

Pero te sigo soñando,
te sueño cerca de mí,
tan cerca que puedo vivir en tu mirada,
tu mirada que mira a otro con el amor que yo quisiera.

Hay amores que no mueren,
a mí por suerte me tocó uno de esos,
y orgullosamente loco quisiera conservarlo en el silencio de ti...

sábado, febrero 10, 2007

Yo nunca quise que las cosas fueran así pero lastimosamente hay decisiones que no se pueden evitar. El dolor nos hace fuertes... No sé de qué me sirve ser más fuerte ahora, pero eso es lo único en lo que puedo pensar mientras te imagino cruzando calles cada vez más lejos de nosotros.

Esta vez no regresarás. Dejaré de verte todos los días y me iré acostumbrando a tu ausencia. No quisiera hacerlo, pero tú sabes que así son las cosas. Para bien o para mal, el olvido va cerrando las heridas. No, no quiero que te preocupes, es sólo una forma de decirlo. Yo jamás te daré la espalda pero a partir de hoy ambos tenemos que hacernos a la idea de que ya no compartirás tu vida conmigo.

Lo que más me duele es que me porté igual a aquellos hombres que lloran amargamente en los cementerios por no haber dicho a tiempo las cosas; te dejé ir en silencio, sin poder mirarte a los ojos o sentir tus manos por última vez.

Si pudiera hablar contigo, decirte que hubo un tiempo en el que yo hubiera dado la vida por ti y recordarte que yo era el único que salía a buscarte cuando no regresabas a casa temprano, el único que lloraba cuando amenazabas con irte.

Jamás hablamos de hombre a hombre, no supe si te sentías orgulloso de mí y no te pregunté nunca sobre tus sueños, sobre las cosas que quisiste hacer cuando eras joven.

Siempre hubo tanto silencio entre nosotros, un silencio que el tiempo amplió sin compasión y que ahora parece ser el único recuerdo que fuera a sobrevivir a este adiós...

Otra vez estoy llorando, como aquella noche en que rompiste tu primera promesa.

Tengo que aceptar que todas las cosas tienen un final. Ojalá fuera tan sencillo como apagar la luz o cerrar la puerta...

Hay tantas cosas tuyas que no quisiera saber y, sin embargo, hoy que sé que ya no regresarás, sólo consigo pensar en la forma de preservar para siempre este momento en el que descubro por fin lo mucho que me duele tu partida.

Estarás en mí para siempre porque yo me encargaré de mantener viva tu imagen de hombre alegre y sereno para tus nietos, para mí.

Te quiero y sé que siempre me voy a arrepentir de no haberlo dicho antes de que te fueras.

Nos volveremos a ver. Te pido que por favor creas en eso.

jueves, enero 25, 2007

Hoy es uno de esos días...

Yo también estoy cansado, cansado de vivir en giros, cansado, cansado de vos.

Me gustaría olvidarte, me gustaría pero sé que sería más fácil olvidarme de mí mismo. Cambiar de nombre, de rostro, de voz, cambiarlo todo y seguir girando hasta que ya no pueda verte, hasta que se extravíe el recuerdo de tus labios y no pueda extrañarlos todas las noches como lo he hecho hasta ahora.

Soy cruel, lo sé. Aunque no debería hoy debo confesar que me gustaría hacerte daño de forma voluntaria, sin embargo, no puedo y no hace falta. Te hago sufrir a cada instante: mi silencio, una mirada, caminar junto a ti como si fueras una extraña... A veces creo que vos y yo sólo estamos hechos para compartir ciertos instantes pero no la vida entera.

Perdóname, pensé que éramos iguales, te hice creer que así era y lo lamento. Hoy estamos más lejos que nunca, más lejos de lo que estábamos antes de conocernos y lo peor es que así estaremos mientras nos empeñemos en olvidarnos mutuamente.

Me asusta mucho la idea de que el olvido pueda ser voluntario, de que te despiertes enojada conmigo y ya no me recuerdes, de que sonrías sobre mi espacio vacío sin saber por qué lo haces, sin saber por qué hay de nuevo esperanza en tu rostro, esperanza de encontrarme ahora que no estoy, ahora que no puedes notar que sigo estando a tu lado a pesar de todo.

Vamos girando cuesta abajo los dos, haciendo de lo nuestro una fruta prohibida, un error imperdonable. Después de lo que pasó entre nosotros es increíble ver cuánto nos importan los demás ahora.

Si tan sólo pudiéramos olvidarlo todo, olvidar a tu familia y a la mía, olvidar mi orgullo, olvidar tu duda, olvidarlo todo hasta que sólo nos quede el recuerdo de esa noche en que te amé hasta quedarnos sin aliento en tu habitación.

No sé ni lo que quiero, me da miedo descubrirlo, todavía soy un niño, tengo miedo de las cosas que no puedo comprender, de las que me rebasan, de las que van más allá de mis propios sueños, me da miedo saber que puedo amarte así, que puedo amarte sin tenerte, que puedo amar sin esperanza, amarte por instantes, me da miedo no hacer cosas normales, no querer hacerlas, no con vos.

Lo siento, no quiero confundirte más, lo que pasa es que hoy es uno de esos días...

domingo, enero 21, 2007

Tus cartas...

Tú sabes que no me gustan las guayabas, ni siquiera el bocadillo o los espejuelos que tu abuelita hacía con tanto esmero. Hay algo en su sabor que me recuerda las primeras horas en que conocí la tristeza. Cuando se lo expliqué a mi mamá me dijo que a lo mejor tomé jugo de guayaba en el momento equivocado... y sí, quizás tenía razón, pero eso no evita que hoy el olor a guayaba madura me haga recordarte.

Lo confieso. Desde que te fuiste he estado visitando los lugares donde solíamos conversar. Hoy, por ejemplo, estoy en el parque que hay detrás de tu casa, leyendo bajo la sombra del árbol de guayabas.

Hay tantas huellas tuyas en este lugar, tantos recuerdos. La primera vez que vine contigo me cayó una guayaba en la cabeza. ¿Te acuerdas? Ese tipo de cosas me pasan todo el tiempo, por eso, aunque no tuviera sentido del humor, siempre lograba robarte una sonrisa.

Es rara esta costumbre de "deshacer" mis pasos, de recorrer solo los lugares donde fui feliz en el pasado. Menos mal la gente que me ve llorar en lugar de creerme un loco, están convencidos de que me tomo muy en serio los atardeceres.

Extraño mucho tu corazón de guayaba, sobre todo ahora, que tu sabor va muriendo poco a poco en mi boca.

Con cariño,

William...

sábado, enero 20, 2007

Tu silencio...

No me sirve tu silencio. No, no estoy siendo cruel, de verdad no me sirve. No le encuentro ningún uso. ¿Acaso puedo limpiar con él las ventanas de mi casa o regar nuestras flores? ¿Será que tu silencio dará abrigo a mi alma o se convertirá en un par de alas que me lleven más cerca del sol cuando tú te vayas con la luna?...

No, no me sirve de nada tu silencio y, sin embargo, en él están tus ojos, tus piernas, tus brazos, tus manos y tus valles... Tu silencio es igual a ti, tiene tu perfume y tu calor. Quizás la verdad, aunque no quiera admitirlo, es que amo a tu silencio más que a ti así como tú amas imaginarme triste detrás de tu puerta.

¿Te das cuenta? ¿Ahora entiendes por qué siempre me ves llorando?

Cuando creí amarte, me di cuenta de que en realidad sólo amaba el espacio en que no estás y, por eso, nunca pude tenerte, ni siquiera cuando fingí besarte.

Para Alejandra...

miércoles, enero 10, 2007

Pensando en ti...

Estoy cansado. No sé nada. No veo nada. Mi alma, mi ser, mi futuro, tus manos que aún intentan acariciarme, son sólo una ilusión. No son reales. No tengo certeza sobre ellas. Las pienso pero no las siento.

“Pienso, luego existo”.

En la “razón” está el poder que nos llevará más allá de los límites físicos de nuestra especie. Entonces, ¿para qué un cuerpo? ¿Para qué vivir? No quiero preservar mi pensamiento ni nada que sea mío en la memoria de los demás. ¿Qué sentido tiene? De alguna u otra forma alguien llegará a las mismas conclusiones que yo, sin importar si estoy muerto o vivo.

Todos pensamos de forma automática, incluso la imaginación en ocasiones lo es. “Él piensa como yo”, dice orgulloso el padre sobre su hijo, el maestro sobre el alumno, pero, ¿será que alguien siente como yo?

“Pienso, luego existo”, porque soy consciente de mi ser y lo trasmito a través del lenguaje, entonces es mi ser en el ser de los demás lo que me hace real y, por ende, sólo lo que siento me pertenece o, por lo menos, eso es lo que quiero creer.

Lo cierto, como dice Juan Pablo, es que vos y yo somos ángeles sin alas, ángeles que van escribiendo su propio olvido en el olvido de los demás.

Pensé que te amaba y me sentí orgulloso por eso, porque sólo yo podía amarte así aunque haya besos que te gusten más que los míos.

La mentira y la distancia sólo existen en nuestra mente... Lo sé y por eso sigo esperándote, esperando sin pensar, pensando que no pienso, como siempre.

domingo, enero 07, 2007

Elegía del hombre dormido

Debo despertar, abrir los ojos, dejar pasar la luz a través de las cortinas, saludar al sol con los brazos extendidos y cubrir de besos tu piel desnuda; debo hacerlo antes de que nos devore el silencio; no, no a vos, a mí; este silencio que no me deja tranquilo, que me habla de tu ausencia, de la soledad donde faltan tus besos y el olor a durazno de tus mejillas. Hay tantas cosas que no puedo decirte, cosas que pienso siempre pero que prefiero callar. Mi vida es sólo la suma de todas las incertidumbres que me ahogan cuando estoy contigo; por eso necesito sentirte, mirarte por lo menos, saber que estás aquí, sola, junto a mí... Eso es todo lo que puedo ofrecerte, una soledad habitada, justo como en este momento en que los dos parecemos dormidos y tus ojos, tus hermosos ojos, siguen cerrados, como tu alma, para mí.