miércoles, octubre 24, 2007

A tu amor le falta sangre...

A tu amor le falta sangre,
le falta sexo...

No sexo barato, del que se vende en las esquinas.

A tu amor le falta fuego,
le falta muerte,
le falta la fe de los que pierden su libertad,
las alas de los que han muerto por ser libres...

Tú, tienes los labios marchitos, 
no sólo los que hay en tu rostro...

Le falta vida a tu amor de madre,
a tu amor de niña.

A tu amor le falto yo...

Pero eso, mi sol, ya no es problema tuyo.

lunes, octubre 22, 2007

Sueño de mi sueño...

Mi hijo me está soñando, sueña que le estoy escribiendo su primera carta, que lo sueño para distraerme de la lluvia y de la nostalgia que me produce su madre.

En su sueño, un hombre va en bicicleta a través de calles polvorientas, ajeno a la soledad del llano infinito que hay a las afueras del pueblo.

Las monjas del internado sienten llegar su cacharro de lata y corren a avisarle a la novia, para que no la encuentre con los últimos rezagos de la siesta aún sobre su rostro.

Como todos los viernes, el sol de los llanos se derrama sobre ellos. La profesora y el mensajero se escampan del atardecer en la caseta que hay a la orilla del río. Ambos se sientan a hablar de las sonrisas que dejaron al otro lado, donde hay montañas y edificios, calles de cemento y soledades diarias de ocho horas.

Así nace su primer beso. Suave y con ternura. Inocente. Cortante, como el viento que acaricia el lecho del río. Un beso eterno, un beso de amor puro, del primer y único amor.

Tal vez fue en uno de sus encuentros que mi papá me soñó por primera vez, me soñó soñándolo, igual que ahora su nieto me sueña a mí, en un atardecer sin tiempo, sin edades, en el que estaremos juntos los tres, recordando el amor que sembró con mamá en la llanura inmensa...

Mientras llega ese día, sigo soñando que mi hijo me sueña, porque soñándolo, comprendo la sonrisa de papá a la salida del colegio, su sonrisa cuando lustro mis zapatos, su sonrisa cuando llego a casa después de un arduo día de trabajo.

miércoles, octubre 17, 2007

Me quedo en silencio

Siento envidia de ese hombre que está bajando por la calle, con las manos en los bolsillos y un cigarrillo apagado entre los labios.

Algunos me han contado que duerme debajo de los puentes o que lo han visto merodeando a la salida de la escuela.

Yo, personalmente, sólo lo he visto en cuatro ocasiones, dos en el cementerio extrañando a muertos ajenos, una a la salida del bar que queda en la esquina de tu casa, y hoy, frente a mi ventana, tambaleándose de una borrachera que no necesita licor.

Es triste pensar que él es el tipo de hombre al que sus propios hijos negarían si lo vieran venir hacia ellos; a mí en lugar de causarme esa sensación, como ya te dije, me produce envidia.

Me encantaría poder conversar con él, escampándome bajo el puente, sin que me importe nada más, ni mis sueños, ni mi familia, ni mis amigos, ni mucho menos tú...

Hoy se me antoja la vida simple, sin aspiraciones, sólo procurando dar calor a las noches en la intemperie, sobreviviendo, por sobrevivir, porque no se puede hacer más que despertarse todos los días bajo el mismo cielo, un cielo que cada día se hace más gris, un cielo que se hace calle de cemento...

Pero mejor me quedo en silencio... tus ojos ya me miran como si yo fuera ese hombre y tú fueras mi niña, mi querida niña, la única que podía regresarle el azul al frío asfalto.

Esta noche quiero ser un clochard, si quieres, tú puedes ser el vino...

lunes, octubre 15, 2007

Quiero que me odies dulcemente

Hoy me desperté cansado del amor, cansado de buscarte en cada puerto y de escuchar tu voz todos los días, siempre a la misma hora, como si ambos necesitáramos de esa llamada rutinaria para saber que existimos, que todavía estamos vivos.

A lo mejor tienes razón, aún es demasiado pronto para sentirme cansado. Llevamos apenas unos quince o veinte días regalándonos la luna, jugando a desencontrarnos en cada cita y dibujando poemas de amor sobre nuestros labios.

Si no te he dejado es porque me gusta mirarme en tus ojos, porque me gusta estar por fuera de mí cada vez que viajamos juntos en el Metro, y porque me encanta cuando ocultas tus cartas en mi maleta y en mis bolsillos, para que después pueda leerlas a la hora en que mis noches se hacen mucho más propicias para los milagros.

Pero hoy estoy cansado del amor, estoy cansado y me aferro al perfume que dejaste sobre mi almohada, como un naúfrago que se ha perdido en el espacio vacío que ha dejado tu ausencia y que recién descubre que no soporta la idea de no tenerte para siempre, de no tenerte cada vez que quiera que estés lejos...

Necesito amarte y extrañarte todo el tiempo, por eso, te ruego que esta semana me odies dulcemente, para que la próxima pueda amarte sin temor de los finales que suelo inventar para las historias de los demás, historias que ojalá nunca sean parecidas a la nuestra.

martes, octubre 09, 2007

Para embriagarse

Quisiera darte toda la esperanza...
Al amor entregarme entero...

Sembrar bajo tu lecho alguna historia de puertas abiertas...
Dormir y jamás despertar de ti.

Quisiera probar el sabor del amanecer entre tus piernas...
Sumergirme de nuevo en la esperanza del teléfono...

Sin voz, sin aliento.

Se hacen canciones por encargo...

Sobre poemas
y versos afilados para la conquista y la derrota.

Vendo sexo por compasión,
a tres mil pesos con cerveza incluida.

Realmente no estoy tan lejos.

Estoy tan cerca que me hieres,
tan cerca que quisiera
robarte el sudor...

jueves, octubre 04, 2007

Quererte...

Hoy no es de noche. No hay silencio, ni tampoco lunas de plata. Las puertas de mi habitación están abiertas y he salido a caminar, tranquilo, solo, sin pensarte.

Yo también quiero que las cosas sean distintas y, por eso, te dejo una canción, que no es para ti, ni para ella, ni para ninguna de mis otras hojas...

Es una canción para curarme el alma...

Dos voces que también pueden ser la mía, diciéndote:

Te quiero...