lunes, febrero 18, 2008

Vos y yo...

Como un tonto salí corriendo, de ti, de todos. Me asusté y huí a lo más profundo de la playa. Me oculté. Me escondí debajo de las olas. Hallé refugio entre sus pliegues e hice de mi voz, la voz del viento.

Me duele pensar que una lágrima adulta quema tus mejillas de niña. Perdóname. A menudo suelo hacer preguntas absurdas, preguntas por fuera del tiempo que nada tienen que ver conmigo.

Te tengo sin tenerte, así como ahora creo tener al cielo que se refleja sobre mí. Estoy en ti y hago parte del viento mientras vos y yo tejemos juntos en el zaguán.

Tal vez quieras encontrarme ahora, recostado sobre las olas, durmiendo plácidamente tus sueños de atardeceres en la costa, sólos los dos, vos y yo, dos niños que sólo saben de amores y sal en los labios.

domingo, febrero 17, 2008

Ya deberías conocerme bien...

Estoy cansado de que me preguntes siempre las mismas cosas. Contigo, el tiempo entre los dos parece una eterna pausa. Me haces sentir como un extraño, como si me olvidaras todos los días al cruzar la puerta de tu casa y quitarte los zapatos. Nunca he recibido una llamada tuya, ni un sólo mensaje de texto o una sencilla nota. Lo poco que sé de ti me lo han dicho tus amigas o lo he inventado yo para amarte y no sentirme tan solo. Imagino que lees mis cartas y las guardas todas debajo de tu cama, que escuchas mis canciones y te despiertas al amanecer con ganas de buscar rincones oscuros mientras te llevo de la mano. Te invento al sentirte extraña, y lo hago tan bien que mi corazón parece no sentir la diferencia. Atrapado en mi pequeño cielo de niebla, amo a la mujer que creo para creer en el amor que dices sentir por mí. Ésa, mi cielo, es la lógica absurda del amor en soledad, del amor sin esperanza, cuando la verdad es que no te amo y estas lágrimas que ves ahora son menos reales que los besos que te di ayer, que te di siempre. Estuve solo estando contigo, lo sabes desde el principio, porque ya deberías conocerme bien.

lunes, febrero 04, 2008

Nuevamente, azar...

Si se enciende tu vida cada anochecer entre el humo de los cigarrillos y los libros entreabiertos, o naces siempre al mediodía al lavar los platos y recoger la mesa, seguramente es porque tú ya estás al otro lado de mí, de la voz mía que crece en ti y que pronto te dirá mamá, como si fuera esa la única forma de ahuyentar la muerte, el vacío enorme de no saber nada y saberlo todo.