Me quedo en silencio
Siento envidia de ese hombre que está bajando por la calle, con las manos en los bolsillos y un cigarrillo apagado entre los labios.
Algunos me han contado que duerme debajo de los puentes o que lo han visto merodeando a la salida de la escuela.
Yo, personalmente, sólo lo he visto en cuatro ocasiones, dos en el cementerio extrañando a muertos ajenos, una a la salida del bar que queda en la esquina de tu casa, y hoy, frente a mi ventana, tambaleándose de una borrachera que no necesita licor.
Es triste pensar que él es el tipo de hombre al que sus propios hijos negarían si lo vieran venir hacia ellos; a mí en lugar de causarme esa sensación, como ya te dije, me produce envidia.
Me encantaría poder conversar con él, escampándome bajo el puente, sin que me importe nada más, ni mis sueños, ni mi familia, ni mis amigos, ni mucho menos tú...
Hoy se me antoja la vida simple, sin aspiraciones, sólo procurando dar calor a las noches en la intemperie, sobreviviendo, por sobrevivir, porque no se puede hacer más que despertarse todos los días bajo el mismo cielo, un cielo que cada día se hace más gris, un cielo que se hace calle de cemento...
Pero mejor me quedo en silencio... tus ojos ya me miran como si yo fuera ese hombre y tú fueras mi niña, mi querida niña, la única que podía regresarle el azul al frío asfalto.
Esta noche quiero ser un clochard, si quieres, tú puedes ser el vino...
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