Sueño de mi sueño...
Mi hijo me está soñando, sueña que le estoy escribiendo su primera carta, que lo sueño para distraerme de la lluvia y de la nostalgia que me produce su madre.
En su sueño, un hombre va en bicicleta a través de calles polvorientas, ajeno a la soledad del llano infinito que hay a las afueras del pueblo.
Las monjas del internado sienten llegar su cacharro de lata y corren a avisarle a la novia, para que no la encuentre con los últimos rezagos de la siesta aún sobre su rostro.
Como todos los viernes, el sol de los llanos se derrama sobre ellos. La profesora y el mensajero se escampan del atardecer en la caseta que hay a la orilla del río. Ambos se sientan a hablar de las sonrisas que dejaron al otro lado, donde hay montañas y edificios, calles de cemento y soledades diarias de ocho horas.
Así nace su primer beso. Suave y con ternura. Inocente. Cortante, como el viento que acaricia el lecho del río. Un beso eterno, un beso de amor puro, del primer y único amor.
Tal vez fue en uno de sus encuentros que mi papá me soñó por primera vez, me soñó soñándolo, igual que ahora su nieto me sueña a mí, en un atardecer sin tiempo, sin edades, en el que estaremos juntos los tres, recordando el amor que sembró con mamá en la llanura inmensa...
Mientras llega ese día, sigo soñando que mi hijo me sueña, porque soñándolo, comprendo la sonrisa de papá a la salida del colegio, su sonrisa cuando lustro mis zapatos, su sonrisa cuando llego a casa después de un arduo día de trabajo.
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