viernes, febrero 24, 2006
Ellas
Una sonríe, casi siempre. Le gusta saber que ilumina mi ventana cuando lo hace, de hecho, soy el único que no ha sido víctima de su embrujo. Aún conservo la cordura, aunque a veces me gustaría no hacerlo.
Hay otra que juega a ser como yo conservando su "ser". Es la más joven de todas, la más atenta, la más inquieta. Cuando la veo, me veo a mí mismo, pero con más esperanza. Cuando la veo dos veces, encuentro a una mujer que tiene el poder de enloquecerme, sin embargo, no lo sabe y no quiero que lo sepa.
Lejos, quizás demasiado lejos, está una tercera. Es un loco vendaval que siempre me sorprende, que ve en mí rezagos de un ser que ya se fue y que, a veces, regresa para seguir soñando con mariposas amarillas y manzanas verdes crudas.
La cuarta tiene una voz hermosa, quizás la más hermosa y dulce que haya escuchado. Cuando la oyes hablar, en realidad, oyes hablar a su alma, como si cada una de sus palabras no saliera de su boca, sino directamente de su pecho, donde la mayoría suele creer que se esconde el
"corazón".
Hay una quinta que miente para tenerme cerca, porque no sabe que ya lo estoy y tampoco pienso decírselo. Siempre logra robarme una sonrisa cuando intenta explicar mi forma de ser como si me conociera de años, aunque nunca hayamos pasado de un día, un solo día que se repite, siempre.
La sexta es la más reciente. Es la única que me hace hablar. No sé cómo lo hace. Simplemente, se sienta ahí y ya estoy contándole todo, aun las cosas que no sé y que suelo soñar para que ella pueda oírlas.
La séptima y la octava se parecen entre sí. Su cielo es igual de azul. Van de aquí para allá, intentando vivir, fabricando fantasías y recogiendo flores marchitas. Me gusta protegerlas, cuando en realidad, es su sueño el que me protege a mí.
Ah... La novena, bueno, ella es una mujer un tanto "extraña", al menos para mí. Nunca sabes qué va a pasar con ella. Sonríe cuando llueve, llora cuando el sol calienta su espalda, le gusta desaparecer, pero de alguna forma, conmigo nunca ha podido hacerlo.
Por último, la décima, es "Ella", la mujer que veo siempre en el cristal de mi memoria, la única que va más allá de mi conciencia y que ha conseguido hacer que mi alma camine al ritmo de la suya. "Ella" sí es como yo, en todos los sentidos, pero siempre es distinta. Si ella es feliz, yo también lo soy, si está ausente, yo también. "Ella" está en mí y yo en "Ella", y nos calienta el mismo sol.
Al final de cuentas, todas "ellas" son sólo las hojas que me dejó el viento en el alféizar y que yo conservo en un cuaderno debajo de mi almohada, allí donde escribo y siento, en lugar de pensar y morir.
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William Montoya
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1:06 p.m.
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Nosotros
Sólo me gustaría verte cruzar la puerta de cristal, con tu maleta roja y tus tennis azules. Lo único que deseo es guardar ese recuerdo, tu imagen que se va y desaparece entre los rostros y los manteles que cubren todas las mesas.
Por qué no puedo ser como los demás y simplemente aparecer frente a ti, a la hora acordada, en lugar de mirarte ausente.
...
Son las tres. Te alisaste el pelo y traes puesta la blusa azul que te regalé. Sonríes. Estás sola y sonríes. Me sorprende ver que ya no caminas cabizbaja, murmurando y huyendo del sol. El viento juguetea con tu cabello negro y me hace desear su perfume, con la misma intensidad de la primera tarde.
¿Será porque sé que después de esta tarde ya no serás mía que te veo más bonita que antes?
"Hola, sabía que ibas a estar aquí. Te conozco, mi niño, más de lo que te imaginas".
Es inevitable mujer, para mí, eres una puerta siempre abierta.
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William Montoya
a la/s
12:24 p.m.
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jueves, febrero 23, 2006
Para Ella
El sol brilla sobre tu piel ahora,
Te observo desde lo alto de mi valle,
Cuidando de tu sombra
y siguiendo atentamente
El sendero que trazan tus huellas
Quise ser maestro de las palabras,
Pero ahora me doy cuenta de que por más que lo intente
Ellas son superiores a mí
Decir “Te quiero” no basta para resumir
Todo lo que hay en mi pecho
Cada noche,
Cuando te pienso al lado de la ventana
Sé feliz, mujer de niebla,
Cuando las hojas caigan en otoño,
Yo estaré ahí para recogerlas contigo
Así como ahora disfruto de ese sol
Que tanto te mereces
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William Montoya
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10:39 p.m.
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lunes, febrero 13, 2006
Cambiar
Me embarga un sentimiento de destrucción estúpido y vacío y aunque quisiera, por primera vez, dejar de ser el niño cobarde que se esconde detrás de la puerta de su habitación para escuchar las conversaciones de los mayores y no seguir pensando en su propia soledad, no puedo, porque los impulsos, mis impulsos, nunca tienen la fuerza suficiente para adueñarse de mí, de mi cuerpo, de mi voluntad.
Estoy cansado de ver el cielo siempre azul...
Voy a salir huyendo de esta ciudad, de este pueblo que aspira a ser ciudad...
Aunque mis pasos sólo me lleven hasta la esquina de mi casa...
Aunque mi alma, si es que la tengo, siempre esté encerrada detrás de la puerta de mi pequeño, solo y aburrido cuarto azul...
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William Montoya
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8:29 p.m.
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No lo leas
Ahora leélo en voz alta, por favor, respira en cada coma, en cada punto, sólo así tendré la oportunidad de jugar con tu ritmo sin imponerle el mío:
Y de los ojos le brotan dos perlas enormes, que brillan menos que el sol aunque sean más vivas; y él siente que acaba de despertar, por fin. Despertar a un sueño más oscuro al que le dicen vida y en el que ya no hay niños con alas ni ancianos que amen y retocen, todas las tardes, todos los días, burlándose del tiempo, que sí existe en esta vida. Pero no en aquélla donde tengo dos perlas incrustadas en los ojos, que brillan más que el sol y que tienen más vida que yo, porque no viven en lo que pienso, sino en lo que sueño y no puedo controlar; a pesar de mí, de mi alma, de las huellas que dejo sobre las hojas.
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William Montoya
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7:52 p.m.
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Mi ventana...
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William Montoya
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7:37 p.m.
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