Corazón de luna
Está sola en la noche.
Ésa es la única forma en la que puedo imaginarla desde mi escritorio todavía cubierto de las últimas hojas de lo que algún día será mi olvido.
Me invento escritor. Lo hago tan bien que a veces llego a creerlo y me convierto en aquello que puedes leer en mis libros:
Sólo una sombra.
Sombra que cae sobre la sombra que sostienes entre tus dedos fingiendo que son lágrimas las gotas de lluvia que dejas caer sobre ti a pesar de la soledad inocente en la que suelen flotar tus sueños de niña.
Y yo, intentando sonrisas tristes, me sueño personaje de cuentos eternos, amante muerto en ríos cristalinos, me sueño parte de ti, parte de todas, de vos que estás en todas, como orquídea, como un guayacán florecido por la indiferencia gris de una ciudad que quiere ser cementerio.
Si tan sólo pudieras herirme en colores de otoño para que mi sangre palidezca hasta llegar a ser blanca, hasta llegar a ser negra, como si fuera un mal sueño con ojos de perro, como si fuera la vida cubierta de esa otra vida que nos crece en el vientre, de ésa que inventamos cuando cruzamos juntos la esperanza de no dormir a solas.
Te cansas de mí, lo sé porque te escribo así, porque no me entiendes, porque va menguando tu corazón de luna y te quedas sola en la noche, sin entender qué tan cierto es mi dolor de escritor, dolor de estar siempre por fuera de vos, sin poder traerte a mi lado.
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