Amor brujo (primera parte)
No tienes dónde esconderte. Lo sabes. Sé que lo sabes. Se nota en tu forma de caminar. Ya no mueves las caderas como si dominaras el mundo con ellas. No. Ahora eres más simple, más rígida. Parece que pensaras cada paso antes de darlo. Tienes miedo y asco. Te frotas las mejillas, los brazos y la nuca casi en cada esquina. Quieres limpiarte. Borrar las manchas azules que cubren tu piel. Te avergüenzan porque presientes que son la evidencia de tu pecado.
Al principio pensaste que eran simples moretones, sin embargo, con el pasar de los días, cada una de esas pequeñas manchas, por decirlo de alguna manera, cobró vida. Poco a poco, empezaste a sentir cómo se movían por debajo de tu piel. Te estremecen. Te provocan. Caminan dentro de ti cada vez que te sientes sola. Por eso, intentaste buscar la compañía de otras mujeres, de esas “amigas” que tanto desprecias. Sólo por eso. Para no estar sola con ellos, con cada uno de los amantes que ha cruzado la frontera de tus sábanas.
Sí mujer, son ellos. Ellos son los fantasmas que todas las noches llenan tu habitación de voces y gemidos, sonidos entrecortados que creíste recuerdos o quizás un remordimiento tardío por haber fingido amor.
Te detienes al lado del semáforo. Tienes la cara pálida. Ahora lo has comprendido. Llevas debajo de tu piel a todos tus hombres. Miras hacia atrás y tratas de encontrarme, pero las luces de la ciudad no te devuelven ni una sola sombra. ¿Qué vas a hacer? Esta noche no vas a ir a los bares donde tendías tus redes. No puedes. Tu piel no te lo permite. Acabas de salir del trabajo y no tienes a dónde ir. No tienes a nadie porque los tienes a todos. Los tienes a todos y te sientes sola. Lo sé porque has cruzado los brazos sobre tu pecho tratando de darte calor. Buscas refugio.
Decido acercarme a ti mientras “ellos” despiertan. No lo puedes evitar. Es una maldición. Es mi maldición. Te muerdes los labios tratando de contenerte, pero tu cuerpo te traiciona. Casi puedo verlo. Las manchas se levantan y suben desde tus pies hasta tu pecho, una y otra vez, como si te acariciaran desde adentro. Aunque los músculos de tu rostro dibujen una mueca de satisfacción, sé que te sientes derrotada. Ya no resistes más y pierdes la conciencia. Ellos por fin han tomado lo que les pertenecía. Lo que creyeron, alguna vez, que les pertenecía.
Ni siquiera sientes cuando te quito la ropa. ¿Por qué me obligaste a hacerlo? Tu cuerpo, a pesar de estar cubierto de azul, sigue siendo tan hermoso como la primera vez. Nunca comprendí por qué te mantenías joven a pesar de tus hábitos. Me gustaba pensar que eras un ángel. Me gustaba…
1 comentario:
Menuda maldición, llevar a cada uno de esos tipos a flor de piel, debajo de ella.
De nuevo genial, Martín.
Espero ansiosa las partes sucesivas.
Abrazo desnudo.
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