Ese extraño don de fluir
Ésa fue la primera vez que supe lo que significaba una mirada muerta. Estaba descalza, con algunos trapos envueltos en las muñecas y las mejillas cubiertas de hollín. Dolía ver su rostro herido por los surcos negros de las lágrimas. Dolía verla sola frente a las cenizas de lo que alguna vez le dijeron debía llamar "hogar"; ese pequeño rancho de madera que se sostenía por el milagro de la voluntad y del que ahora sólo quedaba el recuerdo de la luz, de las llamas. Uno de sus profesores le había dicho que los días tristes siempre eran días de lluvia, y que las lágrimas, eran como nuestra lluvia personal, pasajera y fugaz. Mirando el azul profundo que desbordaba el cielo aquel día, ella aprendió que la vida también sabe mentir y se fue sonriendo con resignación, con ese extraño don de fluir que tienen aquellos que ven brotar la esperanza entre ríos de sangre.
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