viernes, febrero 24, 2006

Nosotros

Estoy sentado frente al restaurante. No quiero entrar. No tengo el valor para hacerlo.
Sólo me gustaría verte cruzar la puerta de cristal, con tu maleta roja y tus tennis azules. Lo único que deseo es guardar ese recuerdo, tu imagen que se va y desaparece entre los rostros y los manteles que cubren todas las mesas.
Cuando llegues y te hayas sentado, justo en la cuarta mesa, en la silla del lado derecho, la que da a la ventana donde está el sauce, el inocente árbol que sigue extraviado en esta ciudad y en el cual sellamos la promesa de nuestro "juego", me levantaré y pasaré frente a ti, sabiendo que no puedes verme, distraída, como siempre, pensando en las cosas que dije anoche y que hacen que tu corazón se acelere, suave y musicalmente.
Ya casi puedo adivinar tu sombra que se acerca, solitaria e insegura, bajando de la calle que da a la biblioteca. Me gustaría saber qué libro traerás debajo del brazo y qué dicen las decenas de hojas que hay en él y sobre las cuales te gusta plasmar nuestro pequeño mundo en bocetos que me gustaría poseer.

Por qué no puedo ser como los demás y simplemente aparecer frente a ti, a la hora acordada, en lugar de mirarte ausente.

...

Son las tres. Te alisaste el pelo y traes puesta la blusa azul que te regalé. Sonríes. Estás sola y sonríes. Me sorprende ver que ya no caminas cabizbaja, murmurando y huyendo del sol. El viento juguetea con tu cabello negro y me hace desear su perfume, con la misma intensidad de la primera tarde.

¿Será porque sé que después de esta tarde ya no serás mía que te veo más bonita que antes?

"Hola, sabía que ibas a estar aquí. Te conozco, mi niño, más de lo que te imaginas".
"Yo sé que sí, sólo estaba jugando a no-ser, a no tenerte".

Es inevitable mujer, para mí, eres una puerta siempre abierta.

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