Esa noche comencé a extrañarte...
Anita no quería un amor normal.
Ella siempre había sido diferente, incluso su soledad, la misma que compartía con sus dos hermanos y su papá, era única y especial. No sabría realmente cómo explicarlo. Tal vez podría dibujar las calles que imaginaba Anita sobre fotos de calles reales, romperlas y después unirlas otra vez, y así tendrías una imagen cercana del mundo en el que Anita esperaba encontrar el amor.
Siempre buscando ventanas abiertas, como la brisa busca el dolor en las olas, Anita se acostumbró a la felicidad por fragmentos, a la felicidad retazo, felicidad nube que siempre se le deshacía entre los dedos.
Así lo entendemos Martín y yo ahora recordando lo que Anita solía escribir:
"Vivo una vida que no es mía, una vida que jamás me pertenece, una vida que vas rompiendo, que vas tejiendo, que vas llorando, una vida que se pierde, como se pierden las lágrimas en la lluvia".
Y, sin embargo, tus mejillas aún calientes, aún tibias por la ruta de la sal, hablan del amor que confía, incluso bajo la lluvia, bajo las gotas secas que se te grabaron en los labios.