viernes, noviembre 23, 2007

Tan absurdo como este amor

Me gustaría creer que no hay límites...
que vivir y despertar puede ser lo mismo.

A lo mejor me estoy cansando de estar soñando siempre,
de caminar descalzo al amanecer,
saludando a los ángeles que se desvelan en el sofá,
reposando amores cansados.

La mayoría de las veces me miran con compasión porque saben que estoy pensando en ti.

Incluso a ellos mi fe les parece absurda, como absurdas me parecen sus alas y su silencio de bronce.

No creo en las pruebas de fe que me envía el destino.

Sólo creo en tu voz y en el triste sabor que dejaron tus besos sobre mis labios resecos.

El invierno me quema la piel porque me hace falta tu abrazo en la lluvia del mediodía.

Estoy solo, aferrado a la esperanza de que tal vez puedas recordarme por azar, en alguna canción, algún poema, alguna calle oscura y silenciosa donde sólo importen las estrellas, donde se pueda soñar fácilmente y decir te amo antes de que nos queme el corazón...

Aunque sea difícil, me gustaría tener la convicción de que no hay límites entre vos y yo, me gustaría abrazarte en la estación, otra vez, sin escribir adioses en tu rostro, y creer que no puede haber despedidas en un mundo donde los ángeles amanecen despiertos en mi sofá.

miércoles, noviembre 14, 2007

Como lo hacía antes

Si pudiera escribir para vos como lo hacía antes,
sin medir el tiempo ni la calidad de las palabras
sin importar el gesto y mucho menos tu corazón en llamas...

Si pudiera regresar al tiempo en que vos y yo nos conocimos
y regalarte un verso simple, sencillo,
como aquellos que besábamos juntos en el zaguán.

Pero se nos olvidó amar...

Ahora sólo sabemos decir adiós,
a cada instante,
en cada encuentro...

Si pudiera escribir tu rostro en la estación,
sentir tus mejillas bajo mis dedos,
quizás, esta vez me quedaría contigo, amor.

Entre nos...

Tengo una melancolía terrible, tal vez amarga, tal vez dulce y hostigante, una melancolía cansada...

No te imaginas cuánto quisiera renunciar, dejar de ser yo por esta noche, ojalá por toda esta semana.

Ahí te quedas William, sentado en la acera, cansado de vos, cansado de extrañar amores ausentes, lejanos, amores ajenos, amores que nunca fueron tuyos y que insistes en retener con los puños cerrados.

Punto final. Adiós. Todo cerrado.

Necesito un amor tan grande que pueda usar como una llave, un amor para dejarte atrás y seguir con vida al otro lado, de vos, de la línea, del espejo, de la ciudad, de tus lágrimas de plañidera y mis tristezas de cautiverio.

Quiero ser libre, pero es tan difícil como demostrarte que los ángeles no tienen alas, tan difícil como es ahora creer en tus besos, en tu mirada triste, en el hasta pronto que aun hoy nos sigue separando.

jueves, noviembre 01, 2007

Debajo de mi cama

Papá, tengo miedo. Anita me dijo que hay alguien viviendo debajo de mi cama. Cuando apago la luz, él sale y se asoma en el balcón. Anoche lo escuché conversar con alguien más. No pude entender lo que decían. Vi  la sombra de su dedo índice señalando el borde de la cama y después la puerta se estremeció. Alguien estaba intentando abrirla por la fuerza. Me asusté mucho papá. Me escondí debajo de las cobijas y pude sentir cómo los dos me buscaban con la punta de sus dedos. Entonces, se hizo un enorme agujero en el colchón y me escondí en él hasta el amanecer. Según Anita, a esa hora ellos se convierten en algo parecido a las sombras. La verdad, no sé qué quiso decir con eso, pero es cierto. Me asomé debajo de la cama y allí estaban los dos, aplastados en la alfombra, estirados y difusos, como las hojuelas que mi mamá nos hace en diciembre. Para que no se vieran tan tristes, cogí unos lápices de colores y les dibujé una sonrisa y un corazón. A mi profesora siempre le ha gustado cuando hago eso en mis cuadernos. Sin embargo, papá, aún tengo miedo. ¿Puedo dormir con ustedes? Sólo por esta noche. Prometo no hacer ruido. Prometo no soñar...