miércoles, diciembre 20, 2006

Al poeta...

Te busco. En la vieja casa de tapia te busco. Las flores han vuelto a crecer en el zaguán. Están rotas las ventanas y astilladas las puertas. Mis cartas, sin abrir, están regadas por todas partes. No las leíste, no te tomaste la molestia de guardarlas.

Quizás no debería estar aquí mirando a esos perros que a lo mejor la lluvia llevó hasta tu habitación. Están dormidos al pie de tu cama como si fueran tuyos y esperaran tu regreso. La gente me ha dicho que caminan todo el día por la casa vacía, lentamente, casi como fantasmas que temen que se los lleve el viento. Si estuvieras aquí, sé que te quedarías con la perra pequeña. Tiene el pelo negro y corto y las orejas caídas. Ella seguramente te hubiera acompañado en tus encierros en el sótano, cuando la inspiración te quemaba la yema de los dedos.

Me parece tan extraño que nadie te haya visto partir. Muchos creen que estás muerto y que tu cuerpo se pudre debajo de la casa. Es posible que así sea. Nunca te gustó la luz ni las miradas indiscretas. Siempre quisiste ser un misterio para todos y al final lo conseguiste. Te importó muy poco que se derrumbara la casa de tus padres o que la mujer del carnicero estuviera esperando un hijo tuyo.

Como escribiste en uno de tus poemas, "vaga en el aire un alma sin dueño", así te recuerdo yo ahora y mientras lo hago, mientras te imagino en la mesa de un bar, sentado en el parque, asomado en el campanario, yendo y viniendo con tu maleta gris, me doy cuenta de lo mucho que te extraño.

Sí, te extraño, extraño hablar contigo sobre la mirada de las vacas, sobre las campanas y la razón por la cual no podían sonar después de la medianoche, sobre mis atardeceres de lápiz y tus piedras con nombre de mujer.

¿Todavía sueñas con perros rojos? ¿Todavía crees que los ángeles no vuelan? ¿Ya sabes cuánto cuesta el amor en el mercado bursátil? ¿Encontraste a alguien que haya muerto de soledad?

Podría preguntarte tantas cosas, escribirte cartas para siempre y sin embargo, sé que ésta será la última, la del adiós final, aquel que tantas veces nos hizo llorar a los dos, a ti y a mí...

Yo me haré cargo de la perra, de la pequeña perra negra que pudo haber sido tuya. Es tan callada que sé que no se reirá de mí por haberte dicho adiós en una carta que jamás vas a leer.

lunes, diciembre 18, 2006

Yo

Ya no me asusta mirar al vacío; tampoco me tranquiliza, pero al menos ya no es algo de lo que huya como un niño. Quién sabe, quizás algún día el viento me dé el empujón que necesite y caiga a la más profunda sima. Eso sería más fácil que ver a todas las personas que quiero convertirse en extraños. Soy un joven caprichoso. Hoy, por ejemplo, me gustaría que el viento no diera giros tan rápidos. Atrapado por el vértigo, la vida y la muerte irían perdiendo sentido. A veces, lo confieso, siento miedo de convertirme en un escéptico, de que tal vez el alma se me pierda en un descuido y ya no pueda llorar, ni siquiera fingir que lloro. Todas las cosas tienen movimiento pero pocas en realidad están vivas. Incluso a mí, la luna me muestra de vez en cuando los hilos que me convierten en una marioneta, una marioneta con ojos de vidrio. Alguien habla y vive por mí; lo hace tan bien que hasta mis convicciones parecen frágiles. Si no hubiera tenido la precaución de escribir mis sueños seguramente estaría colgado de un perchero, saludando a la gente detrás de un escritorio como aquellos hombres que sólo han visto al sol en fotografías. Ah, qué cálido sería el mundo si estuviera a blanco y negro, si no hubieran ventanas en las casas y estuviera prohibido enloquecer de amor. Al final de cuentas, es como si todos quisieran huir del dolor y ver arcoiris que broten de los edificios de oficinas. Por eso, lo repito, ya no me asusta mirar al vacío, así que no estés triste por mí, soy un loco más, alguien que prefiere amarte y no pensar.

viernes, diciembre 15, 2006

Sé que te gustan los guayacanes y las orquídeas y que a menudo sueñas que las farolas son en realidad umbrales, puertas de entrada a ciudades donde las lágrimas sólo les pertenecen a las plañideras.

Sé que te gustan los balcones y escuchar el sonido del viento cuando pasa entre las ramas de los árboles. Como yo, hay días en los que te sientes ajena a este mundo, pero eso no evita que estés siempre sonriendo, aunque a veces tu sonrisa también sea triste.

Sé que te gusta andar descalza y que prefieres el café sin azúcar, que te da miedo escuchar tu voz en una grabación y que, en general, te asusta cualquier cosa tuya que pueda sobrevivir después de ti.

Sé que te gusta transcribir mis cartas en tu diario para poder subrayar las frases que repito, que todos los días me visitas aunque yo esté ausente y que eres tú la que desordena los recuerdos que guardo en el nochero.

Sé tanto y tan poco de ti, de tu cuerpo, de tus sueños, de las cosas que callas cuando estamos juntos, de las que dejas escritas en tus labios para que se me queden grabadas en la piel.

Sé a qué sabe la soledad de tus sábanas, pero por más que lo intente, no sé si aún eres mía...

martes, diciembre 05, 2006

Baila para mí 4

–Pórtate bien. En la nevera queda jugo. Si quieres algo, puedes tomar dinero de la cartera. No olvides sacar la llave si vas a salir. Yo te voy a estar llamando para saber cómo estás. Te quiero.
–No te preocupes mamá, estaré bien.
–Eso espero caballerito. Últimamente, te has vuelto tan independiente. Ya eres todo un hombrecito.
–No digas eso mamá. Yo quiero quedarme así…

***

Mi abuela me lo dijo antes de irse. Los hombres ya no sueñan. Soñar los avergüenza. Pero a mí no. Yo todavía sé cómo volar, cómo navegar en las nubes y caminar en una luna de queso. Tengo el poder de controlar el viento a voluntad, e incluso, si quiero, puedo ser invisible, invisible para todos, menos para mi mamá. Por eso, ahora que ella no está, voy a ir a su cuarto, encenderé la luz de la lámpara e iré corriendo al otro lado, allí donde "ella" me debe estar esperando.

Parte 1
Parte 2
Parte 3

viernes, diciembre 01, 2006

Te llevo a ver otro sol...

Ése no es el sol. No el que yo conocía y dibujaba en mis cuadernos. Un sol gris hecho de lápiz. El tiempo tiene la rara costumbre de borrarlo todo pero no lo hace bien. Siempre quedan las marcas, los borrones. De qué me sirve. Los amores prohibidos son los únicos que perduran, los únicos que no mueren. Ayer soñé que ya no hacíamos fila para caer en el desbarrancadero. Abrí los ojos pero no pude despertar. Alguien había cambiado el sol. El mío. Pintó el cielo de azul y cubrió con algodón las nubes muertas. Sospecho que de seguir así, en breve, habrá ángeles en lugar de pájaros y sus trinos serán en realidad oraciones. Todo es tan distinto ahora. El infierno tiene colores pastel. Gracias a ti, mi sol.

William Montoya

Ya que has cambiado el sol, te pido que me dejes dibujar en él un pequeño punto negro, tan pequeño como la parte de mí que aún vive en tu ser. Ana, desde que te fuiste estoy empezando a odiar la noche. Por más que lo intento ya no puedo ver nada en ella, sólo oscuridad. Sé que te burlarías de mí si me encontraras frente a la puerta de mi casa, escribiendo mis sueños hasta que llegue el amanecer, como un niño asustado que huye de los monstruos que hay debajo de su cama. Yo también me burlo, de vez en cuando. Me veo tan ridículo. Por qué no podemos simplemente caminar o recoger flores de fieltro para que el sol las convierta en flores reales, tan reales como ese beso que me diste cuando la lluvia nos regaló un color para los dos... Hija del sol, aquí estás, siempre inalcanzable.

Martín Fieltro

Me llamó el olvido. Se cansó de enviarme cartas que nunca respondí. Muchas noches lo vi frente a mi casa haciéndole compañía a los celadores. Es tan delgado, el pobre. Dudo mucho que pueda sonreír o llorar. Tiene la mirada soñadora de los que esperan y su voz es apagada y fría. Lo comprendo. Debe estar cansado. No hay nadie a quien recurran más los amantes malheridos. Sé que debí haber hablado con él antes, pero en mi piel aún estaban frescas las huellas de mi querida señora. Se veía tan bonita cuando me dijo adiós. Sin saberlo, sus lágrimas le devolvieron la juventud que ella creía perdida. Cuando contesté, yo estaba asomado en la ventana. Los pude ver en el teléfono público: "Te llevo a ver otro sol". El silencio se los llevó a los dos, a ella y al olvido.

Juan Pablo Sánchez

Te escribo desde la otra cara de la luna, aquella que siempre está oculta, aquella que nunca ha visto la luz del sol. Ojalá pudiera encontrar una escalera para que estuvieras aquí conmigo. Te diría tantas cosas, callaría tantas. Aquí arriba el cielo ya no es azul. La noche, obviamente, es eterna. Podríamos dedicarnos a contar estrellas y cuando nos cansemos, empezarías a dibujarlas en mi cuerpo. Me gustaría contener el universo entero en mi vientre y derramarlo sobre ti, pero no te tengo ni te tendré nunca; nunca serán nuestras las estrellas ni podré desenredarlas en tu pelo. Como la mujer del faro, veré los barcos que encallan en la playa, uno tras otro, y en ellos, nunca estarás tú porque ya te habrás ido con el sol.

Alejandra Pareja