domingo, octubre 29, 2006

Llévame lejos

Llévame lejos, lejos de esta ciudad y de las voces que se ocultan detrás de los cristales.
Ven, ven conmigo otra vez y vayamos juntos a conocer el sol. A pie o en tren, no importa, sólo quiero tenerte a mi lado, paso a paso, hasta que alcancemos el cielo; no la bóveda celeste desde donde nos consuelan las estrellas, sino el pequeño jardín donde nuestro amor se encendió por vez primera.
Por favor, no tengas miedo. Por ti haré que de las heridas broten mariposas amarillas y rojas que hagan llegar más tarde el crepúsculo y el alba. Cambiaré las horas de dolor que guarda tu rostro por la sonrisa de tus labios puestos sobre los míos. Si tú quieres, puedo hacerte soñar, a cualquier hora, en cualquier parte; soñar que estoy contigo siempre, no como tu sombra ni tu ángel guardián, sino como una parte más de ti, de tu ser, de tu alma en la que aún late la magia.
Llévame lejos, lejos de todos los sueños rotos que aún yacen dispersos en la calle y yo te prometo, dando mi vida como garantía, que el "amor" será más que una simple palabra puesta en tu boca y en tu cuerpo, en una y mil noches de frío y soledad.

jueves, octubre 26, 2006

Tres voces para vos

Tu corazón tiene las alas mojadas
y el pico roto.

Se le acabó el alpiste,
se le murió la voz.

Poco a poco, va perdiendo el color
de sus plumas

Y no hay nadie que
le dé calor.

Allí, acurrucado en el alféizar,
tu corazón espera el amanecer.

Confío en que el viento
le devuelva la fe...

Y que abra sus alas,
que por lo menos las abra,
aunque ya no tenga
fuerzas de hacerte volar.

No te preocupes.
Llora, si quieres hacerlo.

Tu vida se te va,
lentamente se te va,
como aquellas sombras que vimos huir
por las vías del tren.

Acércate a los rieles,
déjate caer en las estaciones
y en los vagones vacíos.

Escribe cartas y déjalas regadas por ahí,
deja que el tren se las lleve,
deja que se rompan en los rieles.

Llora, si quieres hacerlo,
pero no olvides que este viaje apenas comienza.

Caminando por las vías del tren,
es posible que regreses a aquella pequeña ciudad
que construiste en medio de las nubes.

Tu vida,
el tren,
no puedes detenerlos,
pero sí puedes soñar mientras esperas en la estación.

Y al final sólo nos quedan
los recuerdos

Sólo eso, recuerdos
que se pegan a las paredes.

Todo el amor que sientes
ahora te acompaña en tu cuarto.

Abre la ventana,
y déjala así, toda la noche.

No es tu alma la única que llora

¿Lo ves?
Aún hay gente que sueña despierta
en los balcones.

Lo mejor para los dos

Lina:

Quisiera saber por qué razón estoy tan tranquilo, por qué mis heridas ya no duelen. A lo mejor ahora sí enloquecí, aunque, de hecho, nunca es que hubiera estado demasiado cuerdo. No te preocupes por mí. He decidido ir, ebrio de locura, al encuentro de la vida.

Cuando me dijiste adiós pensé que lloraría hasta morir, sin embargo, el amanecer me encontró asomado en el espejo, dibujando una sonrisa en el cristal empañado.

Tú sabes que así soy yo, siempre quiero nadar contra la corriente.

Por favor no me pidas que deje de amarte. Ésa es una decisión que no puedo tomar. En el amor y en la muerte, la decisión jamás es nuestra. Te lo dije, una y otra vez, el corazón es ingobernable. Puedo aprender a no hacerle caso, pero sé que seguirás estando en él, aunque yo quiera evitarlo.

Mi cielo, a veces creo que hay heridas que no deberían cerrarse, que deberían fluir libremente y no cicatrizar. Morir desangrado no es tan malo, sino uno realmente ha vivido...

Me preocupa ver a tanta gente que va por ahí, siempre cabizbaja, como si huyeran de sus propios fantasmas. La ciudad, en ocasiones, me parece una enorme prisión. Muchos dan su libertad a cambio de inmunidad y yo, la verdad, ya no lo puedo comprender.

Voy a salir a caminar, a caminar sin rumbo como siempre lo he hecho. Cubriré con mi sangre las calles de esta ciudad para que la gente sepa que, al menos, hay alguien vivo en este cementerio.

Cuando llegaste a mí, yo también era uno de ellos. Las flores de mi lápida estaban marchitas y tú las cambiaste, no por flores nuevas, sino por semillas que cuidaste pacientemente, a pesar de la lluvia y la soledad.

Al despertar supe en tus ojos que mi alma volvía a nacer. Me levanté y descubrí en ti el brillo que hay en todas las cosas. Al principio, debo admitirlo, el resplandor me hacía daño y por eso quise alejarme, protegerme antes de quedar ciego. Pero tú y tu fe me trajeron a la otra orilla y me enseñaron a soñar de una forma distinta, de una forma quizás menos lúcida que la mía, pero mucho más sincera.

Hoy, si me preguntan, diré que el amor no tiene límites, que es un adiós que nunca se termina porque está más allá de cualquier despedida, más allá de todo temor.

Aunque digas que ya no eres la misma, aunque te alejes y tus besos se los lleven otros labios; aunque la distancia parezca haber ganado la batalla y la esperanza haya encontrado su límite; aunque la luna ya no te devuelva el recuerdo de mis ojos cansados; debes saber que te amo y que esperaré por ti, siempre, siempre esperaré por ti, incluso cuando el mundo me haya convencido de que no tiene sentido hacerlo…

Seguiré estando junto a ti. Te enviaré las flores que sembraste. Cuando te haga falta fe, ahí estaré. Así es el amor...

Amar es combatir y hoy, más que nunca, estoy dando la batalla.

Lina, ojalá pudiera encender de nuevo el amor que sentías por mí y regresar a aquel tiempo en que podía sanarte el alma... Por ahora, me despido de ti, pero le oraré al tiempo para que nuestros caminos se vuelvan a encontrar.

Siempre ya no es una palabra que me quede grande, por eso, mi amor te quedará de garantía.

Siempre, frente a tu ventana, estaré yo, así como tú estuviste frente a la mía, cuando yo estuve muerto.

miércoles, octubre 25, 2006

La escalera

Notará usted que al subir la escalera su cuerpo se hará cada vez más pesado y que su mente perderá todo rastro de lucidez. Comenzará a hablar con los gatos y al final de la tarde irá a cazar palomas con ellos. Obviamente, los gatos tendrán que esperarlo con una paciencia y devoción que no es propia de su especie hasta que usted pueda finalmente levantarse, abrir los ojos y bajar de forma torpe cada uno de los escalones. Sin embargo, no debe preocuparse. Paso a paso, sentirá que recupera su agilidad y, de hecho, es posible que comience a caminar de forma ligera y sigilosa mientras que su cuerpo se hace más y más pequeño. Pronto, sentirá deseos de esconderse y acechar la presa tras los arbustos. Verá fluir la sangre a través de sus ojos verdes y notará que el mundo ya no es de color sino que va y viene en ríos de blanco y negro junto con un aroma de vida y muerte que antes le era totalmente ajeno. Al caer la noche, sus nuevos amigos lo dejarán solo pero usted ya no tendrá miedo. No habrá oscuridad que lo haga huir de sus fantasmas. Correrá libre, subirá a las ventanas y verá la noche como nunca antes. Tal vez alguno que otro perro lo haga huir despavorido o, si tiene suerte, es posible que un niño le acaricie el lomo y las orejas produciéndole una sensación de placer que lo hará estremecer desde la cabeza hasta la punta de la cola. Cuando sienta el primer ronroneo que se escabulle de su garganta, leve e incontrolable como el destino, regresará a la escalera y verá a los otros gatos que, como todos los días, esperan que llegue otro hombre para preguntarle quién lo envía y qué hay oculto allá arriba. Quién sabe, quizás pueda haber alguien que los entienda antes de que olvide todo a mitad de camino... Sólo así podrán comprender por qué son gatos, pero, sobre todo, por qué se sienten felices de serlo.

Historia de un milagro

Bastaba que ella se asomara en la ventana para que él hiciera lo mismo del otro lado de la calle, siempre intentando que todo pareciera casual, aun cuando eso había dejado de tener sentido hace mucho tiempo.

La vigilaba desde hace más de año y medio, conocía su rutina y había acomodado la suya para poder hallarla sin buscarla. Era obvio que la amaba, pero él no quería darse cuenta. Verla a ella, día tras día, era suficiente. Para qué darle un nombre a lo que sentía. Para qué atormentarse.

Ella le sonreía en ocasiones e incluso se quedaba toda la noche en la ventana para que él pudiera verla. Había algo en ella que resplandecía, una luz suave y tierna que hacía que él se sintiera vivo, a pesar de no tenerla.

Sin embargo, no todo sueño es perfecto. Ella solía perderse, así, sin dejar rastro. Se llevaba la magia y él no podía hacer otra cosa que quedarse solo, siempre en la ventana esperando su regreso.

Una noche, confundidos por la lluvia que golpeaba los cristales, él la vio en los brazos de otro hombre. Sus labios, ahora sí le eran ajenos. Cerró con rabia las persianas, apagó la luz y se puso a llorar sin entender el motivo.

Era natural que eso pasara. Ella nunca le había pertenecido. La calle los separaba y ninguno de los dos había hecho nada por cambiarlo.

Cuando él apagó la luz, ella sintió miedo. No quería perderlo, sin embargo, después de ese beso, la calle se ensanchó y el cristal de las ventanas se hizo opaco. Lastimosamente, el miedo alimentó la distancia que había entre él y ella.

Así siguen, todavía hoy. Cada uno en su casa con la puerta cerrada. Ella ya no sale, no se deja ver como antes. No quiere causarle más daño.

Sin embargo, frente a ella, como una pequeña luna que crece día tras día, hay una luz brillante y poderosa que ella encendió, sin darse cuenta, en el rostro del joven que la miraba, como hechizado, todos los días.

Él todavía la ve, ve la luz que resplandece en ella porque algo en su pecho, fe o locura, le dice que esta historia aún no ha llegado a su fin...

Para bien o para mal, ella está en él y él en ella.

Quizás les haga falta la fuerza de un milagro, uno que ya ocurrió y que todos han visto menos ellos. Un milagro llamado amor.

martes, octubre 17, 2006

Te haré llorar

¿Sabes? Algún día me gustaría conocer la nieve. Ver los copos caer. La ciudad cubierta de blanco. Blanco. Las vírgenes se casan de blanco. Ésa es la señal de su pureza. Pureza falsa. Pureza sin amor. Si la ciudad se viste de blanco…
Soy un tonto. Me imagino de pie en la vereda mientras la tormenta arrecia y se me enfrían las orejas. Como siempre, me tomas de las manos y me miras a los ojos. Tu mirada es tan bonita cuando estás triste. Te compadeces de mí y al hacerlo, también sientes compasión por ti. Si supieras lo hermosa que te ves cuando me miras así, como una viuda joven.
Me gustaría que pudieras verte a través de mis ojos y admirar tu belleza triste, mientras la nieve cae y yo sigo de pie, con las orejas frías, queriendo ser un punto negro en medio de una ciudad que parece ser pura.
Te haré llorar, lo sé. Ya veo tus lágrimas asomándose en tus mejillas. No puedo hacer nada. Estoy en la vereda viendo la nieve caer, ¿entiendes? La nieve en pleno trópico, una ciudad blanca y pura…
No sé por qué insisto en imaginar una costa a la que jamás llegaré. Pero tus ojos. En esa costa están tus ojos. Y yo, aún no sé por qué insisto en llegar.
Soy un tonto, lo sé, te haré llorar.

jueves, octubre 12, 2006

Una promesa...

Sí, estoy vivo. En eso tienes razón. Mi paraguas está roto, pero a mí ya no me importa, sigo esperando bajo la lluvia. Mírame a los ojos esta noche y dime si he llorado. Ven y comprueba que mis manos estén atadas o que haya una mordaza en mi boca. Estoy despierto... siempre lo he estado. Si no lo estuviera, no sabría jamás cuándo estoy soñando.

Sé que prometimos no mendigar amor, lo sé, y hasta el momento no lo he hecho. Me imagino que a esta hora debes estar con Alejandra, así que los invito a los dos para que vengan y me acompañen... Ella encenderá pronto la luz y me gustaría que estuvieran conmigo cuando lo haga, así podré recordarles cuál fue nuestra real promesa, la que hicimos aquella noche en que nuestros corazones rotos se encontraron en la mesa de un bar.

En esa ocasión, llegaste con Alejandra, tarde, como siempre. Martín y yo ya nos habíamos acomodado en el fondo del lugar y, como cosa rara, empezábamos a disertar sobre la libertad. Cuando te vi, supe de inmediato que la esperanza se te había apagado otra vez. Alejandra, por el contrario, tuvo que contármelo. No sé, supongo que es más difícil advertir ese tipo de señales en los ojos maquillados de una mujer; o tal vez sí lo noté, pero me daba vergüenza admitir lo bonita que se veía Alejandra cuando me miraba así, triste y vacía.

Esa noche, invitó Martín. Nadie quería hablar, sin embargo, él nos fue robando confesiones, poco a poco. Es lo que mejor sabe hacer. Las botellas vacías se fueron acumulando sobre la mesa y ya algunas lágrimas daban un cálido brillo a tus mejillas. Te lo dije para que te sintieras mejor, para que yo me sintiera mejor, pero lo único que logré fue que el silencio que nos habita a los cuatro, ocupara la única silla vacía y se sentara otra vez en nuestra mesa.

Después de horas de estar ahí, perdidos en medio de la algarabía de los viernes, escribiendo en servilletas y escuchando las historias de Alejandra, una canción nos sacudió a todos, tan fuerte, tan profundo, que todas nuestras heridas comenzaron a sangrar, mezclando nuestra sangre con la cerveza y el ron, ya caliente en nuestros vasos.

Páez cantaba para nosotros La despedida, sin previo aviso.

Algo se detuvo en punto muerto,
fue tan grande ese silencio,
fue tan grande el desamor.
Restos de un navío que encallaba,
yo te quise, yo te amaba,
no sé bien lo que pasó...

Fue la primera vez que los vi llorar. No era el llanto convulsivo de los borrachos, sino uno más tranquilo y resignado. En silencio nos mirábamos los cuatro, sin saber que las lágrimas que veíamos caer suavemente en el rostro de los demás, también estaban en el nuestro. Yo te veía llorar, pero no sabía que yo también lo estaba haciendo, hasta que dijiste:

–Otra vez, otra vez me quedé solo. Le entregué mi corazón y me pagó mal. Me equivoqué, me equivoqué. Fue un error amarla tanto.
–¿Te arrepientes?
–Sí, me arrepiento. De qué sirve amar tanto, si al final, siempre terminas con el corazón destrozado.
–Amar tiene un precio –dijo Martín.
–Entonces, yo no quiero pagarlo. ¿Por qué? ¿Por qué se tiene que sufrir tanto en el amor? No volveré a amar, ya no. ¡Maldita sea! Ya no quiero sentir más esto. Mi corazón queda clausurado, de ahora en adelante. Será mejor así.

Todos nos quedamos pensando. Martín consolaba a Alejandra y yo, yo lo único que pude hacer fue escribirte una nota. No recuerdo con exactitud lo que te dije, pero fue algo así como:

Te comprendo. Yo también estoy así. Estoy respirando por la herida, sin embargo, ten cuidado con las palabras. Es peligroso decir que no vas a amar de nuevo. Puedes terminar paralizado por el temor y la verdad, aunque suene cruel, prefiero verte así, como estás hoy, que como una momia, perfectamente preservada pero vacía.

Cosas de borrachos, verdades que son dichas a otros cuando en realidad somos nosotros los que las necesitamos. Juan Pablo, yo era un muerto en vida y no quise que tú cometieras el mismo error que yo. No quise que te invadiera el miedo. Martín lo supo y por eso, al leer la nota, enunció la promesa que ahora quiero reafirmar, aquí, frente a su ventana, mientras esperamos juntos, que ella encienda la luz:

En lugar de huir como niños asustados cuando se incendie la llama del amor en nuestro pecho, vamos a dejar que el fuego nos consuma y nos libere. Hay que vivir y, para hacerlo, debemos salir de nuestras jaulas. El dolor es inevitable… pero ahí estaremos cuando alguien haya caído en la batalla, siempre los cuatro, para evitar que se pierda nuestra alma y nuestra fe.

Juan Pablo, el amor tocó a mi puerta y no lo voy a dejar ir, menos ahora, que he comprendido que los ángeles y las mujeres de porcelana son sólo para quienes sienten miedo hasta de su propia sombra, para aquellos que temen ser sorprendidos.

Una mujer real me devolvió a la vida, por eso estoy aquí... La esperanza me hace creer que la luz jamás se ha apagado en su ventana, que sólo ha palidecido un poco. Ésta y todas las noches, yo esperaré por ella y me mantendré fiel a la promesa que hicimos, porque sé que ustedes, también estarán aquí, compartiendo mi paraguas roto y guiando mis pasos cuando sea la hora de regresar a casa.

lunes, octubre 09, 2006

Para que despiertes

Se nota que has llorado. Ya no eres el mismo. Te duelen tus propios sueños. Antes solías ir por ahí, dándole fe a cualquiera que se te cruzara en el camino, hoy, la esperanza que albergabas en lo más profundo de tu ser, ya ni siquiera alcanza para curar tus propias heridas. Te sientes solo, por fuera del mundo, por fuera de ti. Es como si ya no encajaras en ninguna parte, como si el mundo entero te hubiera cerrado las puertas. Te entregaste a un sueño, sin escuchar razones ni consejos, y ahora te sientes nuevamente defraudado. Así como ella, tú también deberías pensar en ti mismo. Es triste que tu felicidad dependa de otra persona. Acéptalo. La magia que había entre ustedes, llegó a su fin. Por más que intentes disimularlo, el dolor se ha apoderado de tu ser, te ha atado las manos y te ha amordazado la boca. Ni siquiera puedes escribir, no tienes fuerzas para hacerlo. Estás muriendo poco a poco y ella ya no está contigo, te dejó por fuera justo en el momento en que más creías necesitarla. Puedes amar en soledad todo lo que quieras, pero no voy a dejar que pierdas lo único que te mantiene con vida. Todo el mundo lo sabe. Martín, Alejandra, tú y yo, somos soñadores. Por eso estamos aquí... Juntos estamos aprendiendo a escribir y a vivir. Tú nos trajiste, tú nos diste nuestras alas. Martín confía más en sí mismo y Alejandra sonríe con más libertad, al igual que yo. Verte a ti, siempre de pie, soportando el peso de la tormenta con tu sonrisa y tu paraguas roto, nos devolvió a la vida. Éramos perros mudos y aprendimos a ladrar. Eso es lo que hace que Tomoa tenga sentido.
Todos los cuentos, todos los versos, todas las cartas y todas las ausencias que se han escrito en este valle que has llamado Tomoa, sin saber que estabas bautizando tu propia alma, son sólo para que nosotros, los cuatro, soñáramos con la libertad que la ciudad nos había negado.
Despierta. Abre los ojos. Ella ya no está. No puede ver todo lo que has hecho para amarla mejor. Es una extraña pero tú no quieres aceptarlo. Vine a buscarte y te encontré llorando frente a su ventana, haciendo lo que juramos que jamás ibamos a hacer: mendigar tiempo y amor. Recuerdo muy bien cómo te enojabas cada vez que yo lo hacía. De hecho, aún guardo la carta que me escribiste aquella vez. ¿Te acuerdas?
"Levántate, que no vea que has llorado. No seas tonto. Si te ama, no tienes por qué estar así, hincado frente a ella, suplicándole sólo un segundo de su voz. Nadie muere de amor, a menos que lo convierta en obsesión, en fiebre intensa que nos queme toda la piel. Jamás mendigues amor, jamás. El día que lo hagas, es porque todo se ha terminado y entre ustedes, ya sólo queda silencio".
Ven William. Estás vivo. Hay alguien que te sonríe y que necesita de la magia que le diste a ella. Vuelve a escribir. Tal y como te lo pidió Alejandra, ven y dibújanos una luna que jamás se apague, una luna que siempre esté ahí cuando queramos verla, cuando tú quieras verla y olvidar que también fuiste un perro mudo, un perro que enmudeció de desamor....

miércoles, octubre 04, 2006

Anochecer...

Si creyera en los augurios, seguramente, la poca fe que tengo la hubiera perdido hace mucho, mucho tiempo. No es fácil saber que nací durante un eclipse de sol. A veces me pregunto qué hubiera pasado si alguno de mis padres fuera supersticioso. Después de todo, llegué a este mundo justo cuando la luna se cruzaba con el sol, cubriendo al mundo de una noche corta e intensa que, curiosamente, también estuvo llena de lluvia. Definitivamente, los astrólogos no esperarían nada bueno de mí. Mejor para ellos. A veces el temor nos hace olvidar que cuando la luz está más próxima a apagarse, es justo cuando la imaginación puede volar más libre, porque la "realidad" no interfiere con aquello que sentimos, aquello que habita en nosotros y que nuestros ojos olvidan cada día, como si el ejercicio de mirar también fuera un ejercicio de mentir...

Hoy al despertar fui al espejo y no vi al hombre de ojos cansados que se lamentaba todos los días por haber fracasado en el amor. Salí de ti, por un momento, y encontré otra vez a ese niño que apilaba libros para poder asomarse en la ventana y ver la lluvia caer.

Soy un soñador... así de simple. Nací cuando se apagaron las luces del mundo. Soy libre. Otra vez, soy libre. La oscuridad no me asusta. El amor ya no me duele.

Estoy listo para volver a comenzar y desandar los senderos transitados hasta que se haga de noche y tú enciendas la luz de tu ventana, otra vez, la luz en tu ventana...

lunes, octubre 02, 2006

No te preocupes. Es normal extraviarse. Yo también lo he hecho de cuando en cuando. Voy por ahí, siempre errante, como si mi vida dependiera de ello. Un día estoy aquí, suspirando en los parques, al otro, voy colgado del brazo de cualquiera que use un paraguas. ¿Lo ves? Yo simplemente cruzo puertas. No las abro, ni las cierro. La última vez crucé la puerta del refrigerador y terminé en una planicie cubierta de hojas rojas y pálidas que calentaron mis pies pero dejaron vacío mi corazón. Quizás por eso no tengo hogar ni tampoco nadie que me consuele. Soy un desposeído. Cada día me sorprende el sol en lugares diferentes, sin embargo, en cada uno de ellos voy con la misma y eterna sensación.

Una puerta se abre pero ya no queda nada en mis venas que me aliente a cruzarla...

Mi amor, yo me quedo contigo, aunque estés extraviada.