Botas negras
Antes de que acabara el alba ya todos estaban reunidos frente a la iglesia. Algunos traían grandes bolsas negras en lugar de maletas, otros, menos afortunados, sólo tenían lo que llevaban puesto.
Me sorprendió mucho su silencio. Ninguno de ellos quiso hablar con nosotros, ni siquiera para pedirnos explicación sobre el traslado y la colaboración que iban a recibir de parte del Gobierno. Al verlos así, tan mansos y resignados, daba la impresión de que muchos habían perdido algo más que su hogar.
Sólo los niños se atrevieron a compartir su historia, el problema era que a menudo la mezclaban con las cosas que habían estado soñando en el momento en que llegaron a despertarlos.
Así fue que nos enteramos de la existencia de hombres que sangraban arroz, de gallinas que iban de puerta en puerta avisando del incendio y de seres casi humanos que no tenían rostro ni voz y que usaban todos la misma clase de botas negras.
"Tenían botas negras, los que hicieron esto, ellos, todos, tenían botas negras..."
Lo que más recuerdo es que mientras una niña de seis años me contaba que en la escuela ya les habían advertido sobre esas criaturas, lo peligrosas y destructivas que eran, yo no dejaba de mirar a la gallina que tenía entre sus manos.
“Es el único regalo que me han dado, me la dio mi madrina y me la quiero llevar, por favor”.En ese momento no pude decirle a la niña que mi silencio no era porque no pudiera llevar su regalo en el avión, sino porque sentía que era mi obligación advertirle, decirle que en el lugar al que la íbamos a llevar, posiblemente, habría cosas peores que las que había visto aquella noche.
No se lo dije, nunca quise hacerlo y tampoco hizo falta.
Durante el viaje ella me hizo saber que ya lo sospechaba, cuando me preguntó si era cierto eso de que en la ciudad las estrellas no se pueden ver como en el campo.
3 comentarios:
Esquivé su mirada para no mentir. Ya le tocaría aprender todo por su cuenta.
Sólo queda una esperanza, esperar que las plantas de arroz vuelvan a crecer...
Alexander
Y si no crecen las plantas de arroz, al menos, y soy egoista hasta la crueldad, que tu voz no se seque. Aunque también sé que en tiempos de tristezas honestas, de hambre, de muerte, todo vale nada.
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