De árboles y nostalgias...
Aún recuerdo aquellas noches en que me aferraba a los árboles como si tratara de robar de ellos la vida que a mí me hacía falta.
Comencé por tallar dibujos en sus troncos, no con el ánimo de que alguien pudiera verlos e interpretarlos como una señal, sino como una forma de mantenerme en contacto con esos viejos árboles que tanto me gusta mirar cuando regreso a casa.
Una noche, mientras contemplaba la luna llena a través del marco que me ofrecían sus hojas, pensé en escribirle una carta a cada uno. Para hacerlo, me alejé de ellos durante meses. La nostalgia, para mí, siempre ha sido una buena fuente de inspiración. En total, escribí quince cartas.
Durante dos semanas, le hice llegar a cada uno la carta que le correspondía. Algunas las dejé entre las raíces, otras entre las ramas y otras las oculté en los intersticios del tronco.
No sé a dónde habrán ido a parar los sobres sellados. Me gusta pensar que cada árbol lo guardó en lo más profundo de su ser para darme una respuesta en forma de flor o semilla. Es fácil imaginarlo: árboles que despiertan y leen el mensaje que les he escrito, para después guardarlo y difundirlo al mundo en su simiente.
Sin embargo, la respuesta que ellos me dieron superó con creces cualquier cosa que yo pudiera haber soñado. De alguna forma que desconozco, todos se pusieron de acuerdo y te invitaron para que leyeras mis mensajes, para que los encontraras como si los recogieras en la playa, cada uno en una pequeña botella de cristal. Así entraste en mi vida...
Desde que te conocí supe que tu presencia en mi alma sería tan fuerte y permanente como el tronco de esos árboles que se niegan a morir a pesar de la ciudad, de esta ciudad en la que tu ausencia pesa más que cualquier otra.
Aunque lejos, sé que el lecho de los árboles acogerá nuestros sueños compartidos, y de esa forma, estaremos juntos en una eternidad parecida a la de las estrellas y a la de las luces que cuelgan, pequeñas y con vida, de las montañas de este valle donde aprendí a quererte.
Comencé por tallar dibujos en sus troncos, no con el ánimo de que alguien pudiera verlos e interpretarlos como una señal, sino como una forma de mantenerme en contacto con esos viejos árboles que tanto me gusta mirar cuando regreso a casa.
Una noche, mientras contemplaba la luna llena a través del marco que me ofrecían sus hojas, pensé en escribirle una carta a cada uno. Para hacerlo, me alejé de ellos durante meses. La nostalgia, para mí, siempre ha sido una buena fuente de inspiración. En total, escribí quince cartas.
Durante dos semanas, le hice llegar a cada uno la carta que le correspondía. Algunas las dejé entre las raíces, otras entre las ramas y otras las oculté en los intersticios del tronco.
No sé a dónde habrán ido a parar los sobres sellados. Me gusta pensar que cada árbol lo guardó en lo más profundo de su ser para darme una respuesta en forma de flor o semilla. Es fácil imaginarlo: árboles que despiertan y leen el mensaje que les he escrito, para después guardarlo y difundirlo al mundo en su simiente.
Sin embargo, la respuesta que ellos me dieron superó con creces cualquier cosa que yo pudiera haber soñado. De alguna forma que desconozco, todos se pusieron de acuerdo y te invitaron para que leyeras mis mensajes, para que los encontraras como si los recogieras en la playa, cada uno en una pequeña botella de cristal. Así entraste en mi vida...
Desde que te conocí supe que tu presencia en mi alma sería tan fuerte y permanente como el tronco de esos árboles que se niegan a morir a pesar de la ciudad, de esta ciudad en la que tu ausencia pesa más que cualquier otra.
Aunque lejos, sé que el lecho de los árboles acogerá nuestros sueños compartidos, y de esa forma, estaremos juntos en una eternidad parecida a la de las estrellas y a la de las luces que cuelgan, pequeñas y con vida, de las montañas de este valle donde aprendí a quererte.
Para Sherol...
1 comentario:
Gracias.... mi amigo y 1/2..................................
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