domingo, noviembre 19, 2006

Doña Martha

Doña Martha no se asome en la ventana. Yo sólo vine a dejarle una carta que voy a pasar por debajo de la puerta y en la que le explico los motivos por los cuales no podemos volver a vernos. Sé que la debe estar leyendo en este momento y que quizás su corazón esté empezando a odiarme con la misma pasión con que me amó.
No, no es vanidad. Usted y yo de verdad nos amamos. Yo sólo soy un niño y usted, bueno, usted podría ser como mi madre… mi madre. Es curioso, ¿no? De alguna forma siento que cada vez que entré en su vientre, usted me devolvió a la vida... Amparado en su cuerpo desnudo finalmente comprendí lo que significa morir y nacer.
Doña Martha, no fue sólo por placer ni tampoco por despecho, usted y yo nos unimos porque teníamos que hacerlo, porque el corazón así nos lo pedía. Ojalá ese momento pudiera ser eterno y se prolongara más allá del silencio que siempre viene a buscarnos cuando nuestros cuerpos ya no dan más. De hecho, ahora comprendo por qué muchos prefieren quedarse dormidos o encender un cigarrillo después de hacer el amor.
Se imagina cómo sería si una noche por uno de esos extraños milagros que ocurren en los sueños más sencillos, ese silencio nos encontrara a todos, a cada uno, totalmente exhausto y satisfecho sobre el cuerpo desnudo de la persona que más ama. Eso pasa, sí, casi todas las noches, pero no al mismo tiempo, no con la puntualidad de un reloj que señale para todos un mismo y único punto donde acabe el placer y empiece la soledad. Si eso pasara el mundo quedaría tan callado que no sería extraño que al mirarnos al espejo pudiéramos ver ángeles llorando, llorando nuestras lágrimas… Así debería ser el fin de la humanidad, libres los cuerpos, vacías las almas, sólo unas cuantas horas en las que podemos ver al tiempo cara a cara y preguntarle si de verdad hay eternidad que supere al amor.
Por eso doña Martha no se asome en la ventana. Si lo hace, no podré evitar mandar al diablo todas las tonterías que puse en esa carta, entrar en su casa, desnudarla lentamente, besarla entera y elevarla al cielo mientras sus hijos duermen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy feliz con vos. Y yo pensando que escribia misivas bonitas. Vaya error. Ya sé quién podrá darme una mano cuando la inspiración esté de vacaciones. Que es casi siempre.

Andrés.