Enciende la luz
Han pasado varios días desde la última vez que escribí. Como bien dijo Martín, caí en un agujero de conejo, pero a diferencia de Alicia, lo único que encontré fue mi imagen repetida en miles de espejos. Para saber quién soy, fue necesario que olvidara quién era.
Mi nombre es William Montoya, mi alma se llama Tomoa, mi casa es un valle que siempre tiene orquídeas florecidas, el viento donde escribo tiene el sabor salado de las lágrimas y del mar.
Por lo general, soy una persona callada, un joven “extraño” que se sienta todos los días frente a la ventana para ver pasar el mundo. Me gusta la lluvia, sobre todo, al amanecer. Cuando voy solo por ahí, recojo algunas hojas y me las guardo en el bolsillo; algunas de ellas las dejo debajo de mi almohada, las otras, las voy soltando en el camino para que alguien, si quiere, pueda hallarme sin que me dé cuenta.
No me gusta mi voz, ni tampoco las cosas que pienso, digo o escribo. Mi alma es mucho más que “eso” y es apenas lógico, el océano no cabe en un vaso de agua, el firmamento no cabe en el lente del telescopio.
3 comentarios:
Entre lo que me gustaria y lo que significo hay poco para restar...De las dos personages deste cuento...hay poco que suma en una oreja dentro de un mismo caracol...esta todo dicho...(K)
Tienes la facultad de llegar a conectar con el lector de una manera muy íntima. Ha sido como leerme a mí mismo, pero mejor.
Un abrazo.
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