lunes, junio 13, 2005

Desencuentro

-Este bus va en dirección contraria. Ella te está esperando en otro lugar.
-Lo sé...

Así comenzó el gran incendio en la ciudad de la muerte.

-Mira hasta donde suben las llamas. La ciudad se destruye. Acaso no escuchas los gritos. ¿Por qué no quieres ser feliz? ¿Por qué quieres ser como estos espectros solitarios que sólo viven de apariencias?
-La ciudad no se destruye, sólo se muestra tal y como es...
-Sí, pero al rechazar esta última oportunidad... ¿Es qué no entiendes que la soledad es sólo una enfermedad? Tiene cura, por favor, entiende, todavía puedes salvarte.
-Lo sé...
-Pero tienes miedo, cierto, tienes miedo de ser inferior a ella.
-...

El escritor mira los edificios que arden a través de la ventana, las sombras que se retuercen en la noche, que se mezclan y se confunden como el sonido de la hojarasca. Está solo. Levanta la cabeza y ve los cráneos vacíos de los demás pasajeros. El viento les ha quemado la piel. Sin máscaras, los habitantes del valle son todos iguales, pero el escritor se niega a aceptarlo.

-Mírame bien, soy tu alma. Bien sabes que los ángeles guardianes no existen, sólo estamos tú y yo, hasta el final, hasta el vacío. Tienes la oportunidad de ser feliz, no la desprecies, puedes perderme también a mí.
-Lo sé...
-¡Loco insensato, acaso quieres morir! Si te olvidan jamás volveré a renacer. Haz con tu vida lo que quieras, pero al menos dáme una oportunidad. Yo no he hecho nada, no merezco morir contigo, por favor, entiéndeme.
-Haz lo que quieras. Puedes seguir viviendo como un fantasma. No me importa. Véte, lárgate, déjame en paz. Tú mismo lo has dicho, la soledad es una enfermedad, me consume lentamente, no puedo escapar de ella, y a estas alturas, ya no siento deseos de hacerlo. Voy hacia la muerte y lo sé. Ella nunca me perdonará, a lo mejor se sienta burlada, y lo comprendo. Soy un cobarde y estoy siendo cruel con la única mujer que podía salvarme. Tal vez su rostro también haya perdido los ojos y la sonrisa que creí ver en ella, no lo sé...

Sin sorpresa, el escritor vio como sus manos, su pecho y sus piernas se iban haciendo trasparentes. Dejó de escuchar los gritos y risas fingidas, las voces vacías de una ciudad que jamás le había pertenecido. El escritor volvió a unirse con su alma, mientras su cuerpo se desvanecía lentamente.

-Un puesto vacío...

Su silla fue ocupada por otro pasajero. Así era su soledad trasparente. El escritor y su alma eran expertos en desaparecer.

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