Paradoja
Al mirarse en el espejo, lo único que conseguía era ver el reflejo de su espalda.
Carlos lo intentó una y otra vez, pero nunca volvió a ver su rostro.
Con el tiempo, olvidó cómo eran sus ojos, su boca, su nariz, su pecho, sus brazos, hasta llegar al punto en que por más que tocaba su rostro, sólo sentía su larga cabellera negra que no dejaba de crecer.
Mientras Carlos dejaba de hablar, de ver, de oír, otro Carlos nacía en una ciudad diferente, con los mismos ojos, la misma nariz, la misma boca del otro, aquel que moría, aquel a quien el destino le había dado la espalda.
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